viernes, 12 de junio de 2020

LITERATURA SELECCIÓN POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX – GUADAHUMI4


LITERATURA  SELECCIÓN POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX – GUADAHUMI4


MIGUEL DE UNAMUNO

Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.
Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.
Con la pradera cóncava del cielo
lindan en torno tus desnudos campos,
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
y en ti santuario.
Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
aire de cumbre es el que se respira
aquí, en tus páramos.
Ara gigante, tierra castellana,
a ese tu aire soltaré mis cantos,
si te son dignos bajarán al mundo
desde lo alto.
Salamanca, Salamanca,
renaciente maravilla,
académica palanca
de mi visión de Castilla.
Oro en sillares de soto
de las riberas de Tormes;
del viejo saber remoto
guarda recuerdos conformes.
Hechizo salmaticense
de pedantesca dulzura;
gramática del Brocense,
florón de literatura.
Ay mi castilla latina
con raíz gramatical,
ay lengua que se declina
por luz sobrenatural.
Beato trovero lego,
en litúrgico descanso,
cantó con pluma de ganso
sobre la piel de borrego.
¡Qué floridas iniciales
y doradas, qué armonía
entre el canto, letanía,
y los rasgos conventuales!
La mano con que estofara
a la Virgen cada estrofa
iluminó con estofa
de la tintura más rara.
¡Qué rayas las de los versos,
qué vocales tan redondas,
y cómo ruedan sus ondas
por los renglones más tersos!
Se oye el silencio que exhala
el canto de la escritura,
y se siente la ternura
de pluma que vivió en ala.

LA ORACIÓN DEL ATEO

Oye mi ruego tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si tú existieras
Existiría yo también de veras.
Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan,
las ficciones,
las flores de la pluma,
las olas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?
Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo a fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? Y esto, ¿qué enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño,
aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
-cielo desierto- del eterno Dueño?


MANUEL MACHADO


ADELFOS

Yo soy como las gentes que a mi tierra vivieron
-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando un beso y un nombre de mujer.
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria..., ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga sobre mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!
¡Ambición!, no la tengo. ¡Amor!, no lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.
De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.
Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir!...
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!


CASTILLA


El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy joven y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
–¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
–polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.


FELIPE IV

Nadie más cortesano ni pulido
Que nuestro rey Felipe, que Dios guarde,
Siempre de negro hasta los pies vestido.
Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde.
Sobre su augusto pecho generoso,
ni joyeles perturban, ni cadenas,
el negro terciopelo silencioso.
Y en vez de cetro real, sostiene apenas,
con desmayo galán, un guante de ante
la blanca mano de azuladas venas.


ANTONIO MACHADO

El autor y su época

Antonio Machado nace en Sevilla, en 1875, en una familia de clase media, de ideología liberal y cierto relieve intelectual (su padre, Antonio Machado Alvarez, fue un conocido folclorista, y su abuelo ejerció como catedrático en la Universidad Central del Madrid). A los ocho años se trasladó con su familia a Madrid, donde fue alumno de la Institución Libre de Enseñanza y de los institutos San Isidro y Cardenal Cisneros. No fue un buen estudiante (terminó el Bachillerato a los 25 años y la carrera de Letras a los 41),
pues en su juventud madrileña se dedicó a la vida bohemia y a ocasionales aficiones (por ejemplo, actor amateur) y actividades, entre las que destaca su labor como traductor de literatura francesa, que a la postre le sirvió para su tardía vocación profesional como catedrático de Francés en Institutos de Segunda Enseñanza. En su primer destino como tal, en Soria (1907), conoció a la que había de ser su mujer, Leonor Izquierdo, mucho
más joven que él. A los pocos años, muere Leonor (1912) y se traslada a Baeza; luego a Segovia (1919) y, por último, a Madrid (1935), donde al poco le sorprende la Guerra Civil (1936). Durante la contienda, participo activamente en la defensa de la causa republicana y siguió al gobierno de la República en su progresivo repliegue: Valencia, Barcelona y, por fin, el exilio en Francia. Se instala en Collioure, un pueblecito cerca de
la frontera, y allí muere a los pocos días, el 22 de febrero de 1939.
Considerado como el miembro mas joven de la Generación del 98, sólo una parte de su obra Campos de Castilla, puede inscribirse con rigor en ese grupo de escritores, en la actualidad puesto en cuestión como tal. Por eso, más apropiado sería considerar a Antonio Machado dentro de un contexto histórico más amplio, el que corresponde a la generación del fin de siglo, en la que coexisten -como en la obra de nuestro autortendencias diversas: modernismo esteticista, regeneracionismo, simbolismo, decadentismo...
Trayectoria poética 

La obra poética de A. Machado se inicia con Soledades (1902), libro refundido posteriormente en Soledades, Galerías y Otros poemas ( 1907), donde se compendia la primera época de la poesía machadiana. Predomina aquí una lírica intimista y meditativa, en la que se advierten influencias de la mejor tradición romántica (la de Bécquer), del Simbolismo, del Modernismo y la poesía de carácter popular. Asimismo se cruzan en
este libro varias líneas que adquirirán un mayor desarrollo en obras posteriores: descriptiva, introspectiva, narrativa, filos6fica..., dentro de una esencial unidad de tono.

En Campos de Castilla (1912) se consuma el tránsito del subjetivismo anterior a una representación del mundo exterior de signo objetivista; de la expresión y visión individualista a la de signo colectivo. La visión del paisaje castellano a través de Soria es fundamental en esta etapa; y por el paisaje accede el poeta a la historia, al vivir colectivo. Pero aunque la poesía narrativa y descriptiva es la que mejor define esta etapa, asoman otros temas y preocupaciones: la visión regeneracionista de España, la amistad,
la reflexión filosófica y, sobre todo en la segunda edición (1917), la evocación de Leonor y de Soria.

La última etapa, integrada por Nuevas canciones (1917-30) supone una síntesis de las dos anteriores, puesto que el "yo" y "los otros" se integran en el "nosotros". Se distinguen en este poemario dos direcciones básicas, que implican una visión compartida de ideas y emociones. Por un lado una lírica de estirpe folklórica, expresada principalmente en el molde de la canción popular y tradicional (viene del pueblo y va hacia él); por otro, una poesía de carácter gnómico, proverbial y aforístico, fórmula asimismo de filiación colectiva. 

Valoración de la obra

 Considerado uno de los pilares de la poesía española contemporánea, junto a Unamuno y Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado ha gozado de una gran estima por parte del público y la crítica, aunque también es cierto que las preferencias acerca de su obra han ido cambiando con el tiempo. En los años cincuenta, en los que predominaba la literatura realista y crítica, el Machado más estimado era el de Campos de Castilla, y dentro de este poemario, el que podemos considerar regeneracionista, es decir, el
preocupado por los problemas de España. Con el cambio de la estética dominante, al filo de los 70, su poesía, sin dejar de ser apreciada, pasó a un segundo plano en la estimación de los jóvenes poetas -los “novísimos”-, más orientados hacia una poesía de corte culturalista y en la que los aspectos más humanos eran sistemáticamente olvidados; y, en cualquier caso, el Machado que pasó a considerarse más interesante fue el simbolista, el de Soledades, Galerías y Otros poemas. En la actualidad, sin embargo, de la mano de una de las corrientes dominantes, la denominada “poesía de la experiencia”, la figura de nuestro poeta ha vuelto a ocupar el lugar destacado y la significación que en justicia le corresponde en el panorama de la poesía española de nuestro siglo. Lugar que, pese a los inevitables vaivenes de las orientaciones críticas, el público lector nunca le ha discutido, hasta el punto de que Machado ya puede considerarse un valor indiscutible, un clásico contemporáneo.


SOLEDADES (1899-1907)

RECUERDO INFANTIL

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales I.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
"mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón".
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
VIII
Yo escucho cantos
de viejas cadencias
que los niños cantan
cuando en corro juegan,
y vierten en coro
sus almas que sueñan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra:
con monotonías
de risas eternas
que no son alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y dicen tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En los labios niños,
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su conseja
de viejos amores
que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban...
La fuerte de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borrada la historia,
contaba la pena .

XI
Yo voy soñando caminos
de la tarde. Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón."
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada."

XII
HASTÍO
Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!

LVI
Sonaba el reloj la una,
dentro de mi cuarto. Era
triste la noche. La luna,
reluciente calavera,
ya del cenit declinando,
iba del ciprés del huerto
fríamente iluminando
el alto ramaje yerto.
Por la entreabierta ventana
llegaban a mis oídos
metálicos alaridos
de una música lejana.
Una música tristona,
una mazurca olvidada,
entre inocente y burlona,
mal tañida y mal soplada.
Y yo sentí el estupor
del alma cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y... morirse es lo mejor.

COPLAS MUNDANAS

Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
Sin placer y sin fortuna,
pasó como una quimera
mi juventud, la primera..
la sola, no hay más que una:
la de dentro es la de fuera.
Pasó como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y vino,
mi juventud bien amada.
Y hola miro a las galerías
del recuerdo, para hacer
aleluyas de elegías
desconsoladas de ayer.
Adiós, lágrimas cantoras,
lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
las limpias aguas sonoras!
¡Buenas lágrimas vertidas
por un amor juvenil,
cual frescas lluvias caídas
sobre los campos de abril!
No canta ya el ruiseñor
de cierta noche serena;
sanamos del mal de amor
que sabe llorar sin pena.
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.

CAMPOS DE CASTILLA (1907-1917)
RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Manara, un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentaria—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo “gay-trinar”.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

CAMPOS DE SORIA
VI

¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!
¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.

VII
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta en torno a Soria,
oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...

VIII
He vuelto a ver los álamos dorados
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella ?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!


A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡EI olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera.

 CXXI
 Allá en las tierras altas,
 por donde traza el Duero
 su curva de ballesta
 en torno a Soria, entre plomizos cerros
 y manchas de raídos encinares,
 mi corazón está vagando en sueños...
 ¿No ves, Leonor, los álamos del río
 con sus ramajes yertos?
 Mira el Moncayo azul y blanco; dame
 tu mano y paseemos.
 Por estos campos de la tierra mía,
 bordados de olivares polvorientos,
 voy caminando solo,
 triste, cansado, pensativo y viejo.

PROVERBIOS Y CANTARES

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón!

NUEVAS CANCIONES (1917-1930)
PROVERBIOS Y CANTARES

I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
II
Para dialogar,
preguntad primero;
después... escuchad.
III
Todo narcisismo
es un vicio feo,
y ya viejo vicio.
IV
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.
V
Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.
XIII
 Hoy es siempre todavía.
XV
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
XXXVI
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
XLII
Enseña el Cristo: a tu prójimo
amarás como a ti mismo,
mas nunca olvides que es otro.
¿Por qué, decísme, hacia los altos llanos
huye mi corazón de esta ribera,
y en tierra labradora y marinera
suspiro por los yermos castellanos?
Nadie elige su amor. Llevóme un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta al caer la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.
De aquel trozo de España, alto y roquero,
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor, cerca del Duero...
¡El muro blanco y el ciprés erguido!


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ  (1881-1958)


¡Granados en cielo azul!
Calle de los marineros;
¡qué verdes están tus árboles,
qué alegre tienes el cielo!
¡Viento ilusorio del mar!
Calle de los marineros
-¡ojo gris, mechón de oro,
rostro florido y moreno!-
La mujer canta a la puerta:
“¡Vida de los marineros;
el hombre siempre en el mar,
y el corazón en el viento!”
-¡Virgen del Carmen, que estén
siempre en tus manos los remos;
que bajo tus ojos sean
dulce el mar y azul el cielo!-
... Por la tarde, brilla el aire;
el ocaso está de ensueños;
es un oro de nostalgia,
de llanto y de pensamiento.
-Como si el viento trajera
el sinfín y, en su revuelto
afán la pena mirara
y oyera a los que están lejos-
¡Viento ilusorio del mar!
Calle de los marineros.
-¡La blusa azul y la cinta
milagrera sobre el pecho!-
¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros!
¡El hombre siempre en el mar
y el corazón en el viento!


PRIMAVERA AMARILLA

Abril Venía lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo,
con sus luces caídas;
¡ay, por los lirios áureos,
el agua de oro, tibia;
las amarillas mariposas
sobre las flores amarillas!
Guirnaldas amarillas escalaban
los árboles; el día
era una gracia perfumada de oro,
en un dorado despertar de vida.
Entre los huesos de los muertos,
abría Dios sus manos amarillas.

EL VIAJE DEFINITIVO

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

RETORNO FUGAZ

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
-¡Oh corazón falaz, mente indecisa!-
¿Era como el paisaje de la brisa?
¿Como la huida de la primavera?
Tan leve, tan voluble, tan lijera
cual estival vilano... ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en risa...
¡Vana en el aire, igual que una bandera!
¡Bandera, sonreír, vilano, alada
primavera de junio, brisa pura...
¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste!
Todo tu cambiar trócose en nada
-¡memoria, ciega abeja de amargura!-
¡No sé cómo eras, yo que sé que fuiste!


OCTUBRE

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo
al ancho surco del terruño tierno,
a ver si con partirlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

¡AMOR!

Todas las rosas son la misma rosa,
¡amor!, la única rosa;
y todo queda contenido en ella,
breve imajen del mundo,
¡amor!, la única rosa.

SOLEDAD

En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late, y no lo sientes...
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!

MAR

Parece, mar, que luchas
-¡oh desorden sin fin, hierro incesante!-
por encontrarte o porque yo te encuentre.
¡Qué inmenso demostrarte, mar,
en tu desnudez sola
-sin compañera...o sin compañero,
según te diga el mar o la mar-, creando
el espectáculo completo
de nuestro mundo de hoy!
Estás, como en un parto,
dándote a luz -¡con qué fatiga!-
a ti mismo, a ti solo y en tu misma
y sola plenitud de plenitudes,
... ¡por encontrarte o porque yo te encuentre!

LA NEGRA Y LA ROSA - New York, 5 de abril

La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano – La rosa y el sueño apartan, en una superposición mágica, todo el triste atavío de la muchacha: las medias rosas caladas, la blusa verde y transparente, el sombrero de paja de oro con amapolas moradas-. Indefensa con el sueño, se sonríe,la rosa blanca en la mano negra.
¡Cómo la lleva! Parece que va soñando con llevarla bien. Inconsciente, la cuida –con la seguridad de una sonámbula- y es su delicadeza como si esta mañana la hubiera dado ella a luz, como si ella se sintiera, en sueños, madre del alma de una rosa blanca. –A veces, se rinde sobre el pecho, o sobre el hombro, la pobre cabeza de humo rizado, que irisa el sol cual si
fuese de oro, pero la mano en que tiene la rosa mantiene su honor, abanderada de la primavera-.
Una realidad invisible anda por todo el subterráneo, cuyo estrepitoso negror rechinante, sucio y cálido, apenas se siente. Todos han dejado sus periódicos, sus gomas, sus gritos; están absortos, como en una pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra exalta y que es como la conciencia del subterráneo. Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa blanca, a primavera mejor, a eternidad...


LA LUNA - New York, 23 de abril

Broadway. La tarde. Anuncios mareantes de colorines sobre el cielo. Constelaciones nuevas: 
El Cerdo, que baila, verde todo, saludando con su sombrerito de paja, a derecha e izquierda. 
La Botella, que despide, en muda detonación, su corcho colorado, contra un sol con boca y ojos. 
La Pantorrilla eléctrica, que baila sola y loca, como el rabo separado de una
salamanquesa. 
El Escocés, que enseña y esconde su whisky con reflejos blancos. 
La Fuente, de aguas malvas y naranjas, por cuyo chorro pasan, como en una culebra, prominencias y valles ondulantes de sol y luto, eslabones de oro y hierro (que trenza un chorro de luz y otro
de sombra...). 
El Libro, que ilumina y apaga las imbecilidades sucesivas de su dueño. El Navío, que, a cada instante, al encenderse, parte cabeceando, hacia su misma cárcel, para encallar al instante en la sombra... 
Y...
-¡La Luna! -¿A ver?- 
Ahí, mírala, entre esas dos casas, sobre el río, sobre la octava, baja, roja,
¿no la ves...? –Deja, ¿a ver?
 No... ¿Es la luna, o es un anuncio de la luna?
 ¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!

Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas.
Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!
... Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
¡No corras ve despacio,
que adonde tienes que ir es a ti solo!
¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recien nacido
eterno,
no te puede seguir!


EL POEMA
1
-¡No le toques ya más,
que así es la rosa!

CENIT
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra,
-y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido-.
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas,
de huesos pálidos mi alma.

EL OTOÑADO
Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
transmito olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
Con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.

ESPACIO (fragmentos)

PEDRO SALINAS

LOS DOS SOLOS

Navacerrada, abril
Los dos solos. ¡Qué bien
aquí, en el puerto, altos!
Vencido verde, triunfo
de los dos, al venir
queda un paisaje atrás:
otro enfrente, esperándonos.
Parar aquí un minuto.
Sus tres banderas blancas
-soledad, nieve, alturaagita la mañana.
Se rinde, se me rinde.
Ya su silencio es mío:
posesión de un minuto.
Y de pronto mi mano
que te oprime, y tú, yo,
-aventura de arranque
eléctrico-, rompemos
el cristal de las doce,
a correr por el mundo
de asfalto y selva virgen.
Alma mía en la tuya
mecánica; mi fuerza,
bien medida, la tuya,
justa: doce caballos.
(Seguro azar)
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiera suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
“Yo te quiero, soy yo”.
¡Si me llamaras, sí,
si me llamaras!
Lo dejarla todo, todo lo tiraría:
Los precios, los catálogos,
El azul del océano en los mapas,
Los días y sus noches,
Los telegramas viejos
Y un amor.
Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aun espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tu me llamas
—¡si me llamaras, sí, si me llamaras!—
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».
Amor, amor, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a techos
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales. Andas, ando
por entre escombros
de estíos y de inviernos
derrumbados. Se extinguen
las normas y los pesos.
Toda hacia atrás la vida
se va quitando siglos,
frenética, de encima;
desteje, galopando,
su curso, lento antes;
se desvive de ansia
de borrarse la historia,
de no ser más que el puro
anhelo de empezarse
otra vez. El futuro
se llama ayer. Ayer
oculto, secretísimo,
que se nos olvidó
y hay que reconquistar
con la sangre y el alma,
detrás de aquellos otros
ayeres conocidos.
¡Atrás y siempre atrás!
¡Retrocesos en vértigo,
por dentro, hacia el mañana!
¡Que caiga todo! Ya
lo siento apenas. Vamos,
a fuerza de besar,
inventando las ruinas
del mundo, de la mano
tú y yo
por entre el gran fracaso
de la flor y del orden.
Y ya siento ente tactos,
entre abrazos, tu piel
que me entrega el retorno
al palpitar primero,
sin luz, antes, del mundo,
total, sin forma, caos.


FEDERICO GARCÍA LORCA
CANCIÓN DE JINETE

Córdoba.
Lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
Yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.
¡Ay que camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba.
Lejana y sola

El “Romance de la pena negra” es, sin duda, una de las piezas clave del Romancero gitano. Soledad Montoya representa la pasión desbordante que no puede hallar satisfacción, es decir, el tema de la frustración amorosa, tan frecuente en LORCA. Aunque hay algunas metáforas audaces, el poema, en general, es más inteligible que el resto del libro.

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares.
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande!
Corro mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa,
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

 * * *
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

De Poeta en Nueva York incluimos «Oficina y denuncia», poema donde se protesta contra la frialdad inhumana con que la gran ciudad devora la vida. El poeta levanta su voz contra el cruel sacrificio diario y se ofrece como víctima propiciatoria.

OFICINA Y DENUNCIA

Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato:
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las,sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
dos mil palomas para el gusto de los
agonizantes,
cinco millones de cerdos,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar perros en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada los interminables trenes de leche.
los interminables trenes de sangre,
los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
Los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte. Es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por un automóvil,
y yo oigo en canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los numeras de la oficina.
Qué voy a hacer. ¿Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías?
¿Que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.


VICENTE ALEIXANDRE

UNIDAD EN ELLA


Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego,
porque este aire de fuera no es mío,
sino el caliente aliento que si me acerco quema
y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo.
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

De Historia del corazón reproducimos el poema «Mano entregada», que muestra la nueva orientación de la poesía de ALEIXANDRE hacia un impulso más afectuoso y cordial hacia los hombres. El amor ya no es una pasión desbordante, sino un tibio contacto en el que no cabe una
posesión absoluta.

MANO ENTREGADA
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. ¡Oh, carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde cl calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta sus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, poblado de mis voces profundas,
oh, resonado cuerpo de mi amor; oh, poseído cuerpo;
oh, cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.
Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor—el nunca incandescente hueso del hombre—,
y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.


RAFAEL ALBERTI
Textos

La nostalgia del mar perdido es el tema de este poema de Marinero en tierra, tema que volverá a lo largo de su producción posterior. La forma estrófica y los recursos expresivos revelan su inspiración popular, aunque finamente estilizada.

El mar. La mar.
El mar. ¡Solo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón
Se lo quisiera llevar
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

De Cal y canto incluimos un poema representativo de la etapa vanguardista de ALBERTI El tema (la desaparición de una misteriosa mujer), la métrica innovadora, el léxico (que incluye numerosos términos alusivos a diversos aspectos del mundo moderno) y el tono que sugiere una sensación de juego intranscendente y melancolía nos introducen en una dimensión nueva de la poesía.

A MISS X, ENTERRADA EN EL VIENTO DEL OESTE

¡Ah, Miss X: veinte años!
Blusas en las ventanas
los peluqueros
lloran sin tu melena
---fuego rubio cortado.
¡Ah, Miss X, Miss X sin sombrero,
alba sin colorete,
sola,
tan libre,
tú,
en el viento!
No llevabas pendientes.
Las modistas, de blanco, en los balcones,
perdidas por el cielo.
 —¡A ver!
 ¡Al fin!
 ¿Que?
 ¡No!
 Sólo era un pájaro,
 no tú
 Miss X niña.
El barman, ¡oh, que triste!
(Cerveza.
Limonada.
Whisky.
Cocktail de ginebra.)
Ha pintado de negro las botellas.
Y las banderas,
alegrías del bar,
de negro, a media asta.
¡Y el cielo sin girar tu radiograma!
Treinta barcos,
cuarenta hidroaviones
y un velero cargado de naranjas,
gritando por el mar y por las nubes.
Nada
¡Ah, Miss X! ¿Adónde?
S. M. el Rey de tu país no come.
No duerme el Rey.
Fuma.
Se muere por la costa en automóvil.
Ministerios,
Bancos de oro,
Consulados,
Casinos,
Tiendas,
Parques,
cerrados.
Y mientras, tú, en el viento
—¿te aprietan los zapatos?—,
Miss X, de los mares
—di, ¿te lastima el aire?
¡Ah, Miss X, Miss X, qué fastidio!
Bostezo.
 Adiós...
 Good bye...
( Ya nadie piensa en ti. Las mariposas
de acero,
con las alas tronchadas,
incendiando los aires,
fijas sobre las dalias
movibles de los vientos...
Sol electrocutado.
Luna carbonizada.
Temor al oso blanco del invierno.
Veda.
Prohibida la caza
marítima, celeste,
por orden del Gobierno.
Ya nadie piensa en ti, Miss X niña.)

De Sobre los ángeles incluimos el poema «Los ángeles muertos», donde, en un lenguaje plenamente superrealista, se nos muestra un mundo en descomposición, correlato de la crisis espiritual del poeta.

LOS ÁNGELES MUERTOS

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos.
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
En todo esto.
Mas en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.

 LUIS CERNUDA
Textos

De Los placeres prohibidos reproducimos este extraordinario poema donde el poeta se lamenta de no poder gritar su proscrita pasión. La sinceridad y la intensidad y expresión directa son profundamente conmovedoras.

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban.
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente. con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

 El poema que incluimos a continuación pertenece al último y más pesimista libro de CERNUDA, Desolación de la quimera. La falta de ilusión y el sentimiento de soledad son un síntoma de la amargura que soportó el poeta en sus últimos años.

PEREGRINO

¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿Volver? Regresar no pienses,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

MIGUEL HERNANDEZ
Textos

Uno de los motivos mas frecuentes que encontramos en El rayo que no cesa es el toro, con cuyo trágico destino se compara el poeta. El fatalismo y la pena son otros motivos temáticos recurrentes en la poesía de HERNÁNDEZ, de los que el soneto que ofrecemos en segundo lugar es una excelente muestra.

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto,
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo.
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla.
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla.
siempre a su dueño fiel, pero importuno
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan sano hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

Uno de los últimos y más estremecedores poemas de MIGUEL HERNÁNDEZ es las «Nanas de la cebolla», escrito a raíz de una carta de su mujer donde le comunica que no come más que pan y cebolla. Incluimos unos fragmentos.

NANAS DE LA CEBOLLA - FRAGMENTO
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre.
me pone alas.
Soledades me quita.
cárcel me arranca.
Boca que vuela.
corazón que en tus labios
relampaguea.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo.
Desperte de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú. satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

PEDRO SALINAS

Amor, amor, catástrofe.
¡Qué hundimiento del mundo!
Un gran horror a trechos
Quiebra columnas, tiempos;
Los reemplaza por cielos
Intemporales. Andas, ando
Por entre escombros
De estíos y de inviernos
Derrumbados. Se extinguen
Las normas y los pesos.
Todo va hacia atrás la vida
Será quitando siglos,
Frenética, de encima;
De este eje, galopando,
su curso, el lento antes;
Se desvive de ansía
De borrarse la historia,
De no ser más que el puro
Anhelo de empezar se
Otra vez. El futuro
Se llama y. Ayer
Oculto, sacratísimo,
Que se nos olvidó
Y hay que reconquistar
Con la sangre y el alma,
Detrás de aquellos otros
Ayer es conocidos.
¡Atrás siempre atrás!
¡Retrocesos, en vértigo
Por dentro, hacia el mañana!
¡Que caiga todo! Ya
Lo siento apenas. Vamos,
a fuerza de besar,
Inventando las ruinas
Del mundo, de la mano
Tú y yo
Por entre el gran fracaso
De la voz y del orden.
Y ya siento entre tactos,
Entre abrazos, tu piel
que me entrega el retorno
Al palpitar primero,
Sin luz, antes del mundo,
total, sin forma, caos.
qué alegría de vivir
Sintiéndose vivido.
Rendirse
A la gran incertidumbre, oscuramente,
De que otros se, fuera de mi, muy lejos,
Me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
Azogues, almas cortas, asegura
Que estoy aquí, yo, inmóvil,
Con los ojos cerrados y los labios,
Negándose al amor
De la luz, de la flor y de los nombres,
La verdad tras bebible es que camino
Los, con otros,
Allá lejos, y allí
Estoy deseando Flores, luces, habló.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
por qué me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
No sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida, ¡Qué transporte ya!, ignorancia
De lo que son mis actos, que ella hace,
En que ella vive, doble, suya y mi.
Y cuando ella me hables
De un cielo oscuro de un paisaje blanco,
Recordaré
Estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que llevaba halla en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
De haber tocado lo que noto que
Sino con esas manos que no alcanzo
Acoger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
Descansar, quieto, muerto ya. Morirse
En la alta confianza
De que este vivir mío no era sólo
Viviría: era el nuestro. Y quienes viven
Otros se por detrás de la no muerte.
Perdóname por ir así buscándote
Tan torpemente, dentro
De ti..
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
De ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
Nadador de tu fondo, preciosismo.
Y cogerlo
Y tenerlo yo en alto como tiene non non ende en en un en en no
El árbol la luz última
Que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú un
En su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
Su vida sobre ti, cómo te quiero,
Tocando ya tan sólo a tu pasado
Con las puntas rosadas de tus pies,
En tensión todo el cuerpo, ya extendiendo
De ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le contest nacer e no
La nueva criatura que tú eras.
¿Será más, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechar las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.


JORGE GUILLÉN

Vida urbana
Calles, un jardín,
Césped y sus muertos.
Morir, no, vivir.
¡Qué urbano lo eterno!
Losa vertical,
nombres de los otros.
La inmortalidad
preserva su otoño.
¿Y aquella aflicción?
Nada sabe el césped
de ningún adiós.
¿Dónde está la muerte?
Hervor de Ciudad
en torno a las tumbas.
Una misma paz
se cierne difusa.
Juntos, a través
ya de un solo olvido,
quedan en tropel
los muertos, los vivos.
El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca. ¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
y rompe. ¡Cómo saltan
sobre el los amarillos
todavía no agudos
de un solo hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencia a
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
se extiende, donde, manda.
El esplendor a Paloma
la insinuada mañana.
Y la mañana pese a,
vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto
eterno y para mí.
Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.
Corre la sangre corre
con fatal avidez.
A ciegas acumuló
destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
y a la fuerza fundirse
en con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!
Todo me comunica,
vencedor hecho mundo,
su brío para ser
deberás real, en triunfos.
Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me invente,
soy su leyenda. ¡Salve!
Cima de la delicia
¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne inmediato
resuelto en lejanía.
¡Hueste de esbeltas fuerzas!
¡Que alacridad de mozo
en el espacio airoso
henchido de presencia!
El mundo tiene Cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
sueñan lo verdadero.
¡Dulzura de los años
irreparables! ¡Bodas
tardías con la historia
que el desamé a diario!
Mas, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapan.
¡Ya sólo sé cantar!
Muerte a lo lejos
Alguna vez me angustian una certeza,
Y ante mí se estremece mi futuro.
Acechando le está de pronto un muro
Del Arrabal final en que tropieza.
La luz del campo. ¿Más habrá tristeza
Si la desnuda el sol? No, no hay apuro
Todavía. Lo urgente es el maduro
Fruto. La mano ya que descorteza.
... y un día entre los días el más triste
Será. Tenderse deberá la mano
Sin afán. Y acatando el inminente
Poder diré sin lágrimas: embiste,
Justa fatalidad. El muro cano
Va a imponerme su ley no su accidente.
Ars vivendi
Presentes sucesiones del difunto
Quevedo
Pasa el tiempo y suspiro porque paso
Aunque yo quedé en mí, que sabe y cuenta,
Y no con el reloj, su marcha lenta
-nunca es la mía-bajo el cielo raso.
Calculo, sé, suspiro-no soy caso
De excepción-y a esta altura, los 70,
Mi afán del día no se desalienta,
A pesar de ser frágil lo que amaso.
Ay, Dios mío, me se mortal de veras,
Pero mortalidad no es el instante
Que al fin me privara de mi corriente.
Estas obras no son las postrimeras,
Y mientras haya vida por delante,
Serán mis sucesiones de viviente.


GERARDO DIEGO
Romance del Duero
Río Duero, río Duero,
Nadie a acompañarte baja,
Nadie se detiene a oír
Tu eterna estrofa de agua
Indiferente o cobarde
La ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
Su muralla desdentada
Tú, viejo Duero, sonríes
Entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
Las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
Y los álamos de magia
Pasas llevando en tus ondas
Palabras de amor, palabras.
Quien pudiera como tú,
A la vez quieto y en marcha,
Cantar siempre el mismo verso
Pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
Nadie a estar contigo baja,
Ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada.
Sino los enamorados
Que preguntan por sus almas
Y siembran en tus espumas
Palabras de amor, palabras.
El ciprés de Silos
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
Que acongojas el cielo con tu lanza a.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
Devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
Flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
Peregrina al azar mi alma sin dueño.
Cuando te vi, señero, dulce, firme,
Que ansiedades sentí de diluirme
Y ascender como tú vuelto en cristales,
Como tú, negra torre de arduos filos,
Ejemplo de delirios verticales,
Mundo ciprés en el fervor de Silos.
Insomnio
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo
Y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
Que me encierran, recluyen, roban.
Cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
Que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
Tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
Yo insomne, loco, en los acantilados,
Las naves por el mar, tú por tu sueño.
Revelación
Era en Numancia, al tiempo que declina
La tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
Alma de libertad, trono del viento.
La luz se hacía por momentos mina
De transparencia y desvanecimiento,
Díafanidad de ausencia vespertina,
Esperanza, Esperanza del portento.
Súbito ¿Dónde? Un pájaro sin lira,
Sin rama, sin atril, canta, delira,
Flota en la cima de su fiebre aguda.
Vivo latir de Dios nos goteaba,
De risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.


FEDERICO GARCÍA LORCA

Baladilla de los tres ríos
El río Guadalquivir
Va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
Bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
Que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
Tiene en las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
Uno llanto y otro sangre.
¡Ay, amor
Que se fue por el aire!
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino;
Por el agua de Granada
Sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
Que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
Y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
Muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
Que se fue por el aire!
¡Quien dirá que el agua lleva
Un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
Que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
Que se fue por el aire! Ganga
La guitarra
Empieza el llanto
De la guitarra.
Se rompen las copas
De la madrugada.
Empieza el llanto
De la guitarra.
Es inútil
Callar la.
Llora monótona
Como llora el agua,
Como llora el viento
Sobre la nevada.
Es imposible
Callar la.
llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
Que pide camelias blancas.
llora flecha sin blanco,
La tarde sin mañana,
Y el primer pájaro muerto
Sobre la rama.
¡O guitarra!
Corazón malherido
Por cinco espadas.
Sorpresa
Muerto se quedó en la calle
Con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
De la calle!
Era madrugada. Nadie
Pudo asomarse a sus ojos
Abiertos al duro aire.
Que muertos se quedó en la calle
Que con un puñal en el pecho
Y que no lo conocía a nadie.
Canción de jinete (1860)
En la luna negra
De los bandoleros,
Cantan las espuelas.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
... Las duras espuelas
Del bandido inmóvil
Que perdió las riendas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
El La luna negra
Sangraba el costado
De Sierra Morena.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
La noche es polea
Sus negros ijares
Clavándose estrellas.
Caballito frío.
¡Qué perfume de flor de cuchillo!
En la luna negra,
¡Un grito! Y el cuerno
Largo de la hoguera.
Caballito negro.
¿Dónde llevas tu jinete muerto?
Romance de la Luna Luna
La Luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño está mirando.
En el aire con movido
Mueve la luna sus brazos
Y enseña, lúdica y pura,
Sus senos de duro estaño.
Huye, Luna, Luna, Luna.
Si vinieran los gitanos, el
Harían con tu corazón
Collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
Te encontrarán sobre el yunque
Con los ojillos cerrados.
Oye Luna, Luna, lun
Que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
Mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
Tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
Tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
Bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
Y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡Hay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va luna
Con un niño de la mano.
dentro de la fragua lloran,
Dando gritos los gitanos.
El aire la vela vela.
El aire la está velando.
Preciosa y el aire
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
Por un anfibio sendero
De cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
Huyendo el sonsonete,
Cae donde el mar bate y canta
Su noche llena de peces.
En los picos de la Sierra
Los carabineros duermen
Guardando las blancas Torres
Donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
Levantan por distraerse,
Glorietas de caracolas
Y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando bien.
Al verla se ha levantado
El viento, que nunca duerme.
San Cristóbal D. desnudo,
Lleno de lenguas celestes,
Mira a la niña tocando
Una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levanté
Tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
La rosa azul de tu vientre.
Precio sátira el pandero
Y corre sin detenerse.
El viento-hombro la persigue
Con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
Y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre preciosa,
Que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, preciosa!
¡Mira lo por dónde vienen!
Sátiro de estrellas bajas
Con sus lenguas relucientes
Preciosa, llena de miedo,
Entra en la casa que tiene,
Más arriba de los pinos,
El cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos,
Tres carabineros viene,
Sus negras capas ceñidas
Y los gorros en las sienes.
El inglés da la gitana
Un vaso de tibia leche,
Y una copa de Ginebra
Que preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
Su aventura aquella gente,
En las tejas de pizarra
El viento, furioso, muerto.
Romance sonámbulo
Verde que te quiero verde.
Veré de viento. Verdes ramas.
El barco sobre la más
Y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
Ella sueña en su baranda,
Ver de carne, pelo verde,
Con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
Las cosas la están mirando
Y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
Vienen con el pez de sombra
Que abre el camino de la alma.
La higuera no frota su viento
Con la lija de sus ramas,
Y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por Dónde...?
Ella sigue en su baranda,
Ver de carne pelo verde,
soñando en la más amarga.
Compadre, quiero cambiar
Mi caballo por tu casa,
Mi montura por tu espejo,
Mi cuchillo por tu manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, como cito,
Este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa ya mi casa.
Compadre, quiero morir
Decentemente en mi cama.
De acero, sí puede ser,
Con las sábanas de Holanda.
¿No veis la herida que tengo
Desde el pecho a la garganta?
300 rosas morenas
Lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y vuele
Alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa y mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas
¡Dejadme subir!, dejadme
Hasta las verdes barandas.
Baranda desde la Luna
Por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
Hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
Farolillos de hojalata.
1000 panderos de cristal,
Herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
Verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
En la boca un robusto
De hiel, de menta y de albahaca
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
Cara fresca, negro pelo,
En esta verde baranda!
Sobre el rostro de el aljibe,
Se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
Con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
Como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
En la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Muerte de Antoñito El Camborio
Voces de muerte sonaron
Cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
Voz de clavel varonil.
El esclavo sobre las botas
Mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
Abonados de del fin.
Bañó con sangre enemiga
Su corbata carmesí,
Pero eran cuatro puñales
Y tuvo que sucumbir a.
Cuando las estrellas clavan
Rejones al agua gris,
Cuando los cereales sueñan
Verónicas de alhelí,
Voces de muerte sonaron
Cerca del Guadalquivir.
-Antonio Torres se le día,
Tamborileo de dura crin,
Moreno de verde luna,
Voz de clavel varonil:
¿Quién te quitado la vida
Cerca del Guadalquivir?
-mis cuatro primos herencias
Hijos de de la mejilla.
Lo que en otros no envidiaban,
Ya lo envidiaban en mi.
Zapatos color Corinto,
Medallones de marfil,
Y este cutis amasado
Con aceituna y jazmín.
Yo ¡Hay tanto evito el tambor y,
Digno de una emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
Porque te vas a morir.
-¡Hay Federico García,
Llama la guardia civil!
Ya mi calle se ha quebrado
Como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo
Y se moría de perfil.
Vibra moneda que nunca
Se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
Su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
Encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
Llegan a ver elegí,
Voces de muerte cesaron
Cerca del Guadalquivir.
La Aurora
La aurora de Nueva York tiene
Cuatro columnas de cieno
Y un huracán de negras palomas
Que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
Por las inmensas escaleras
Buscando entre las aristas
Nardos de angustia dibujada.
La aurora y a y nadie la recibe en su boca
Porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
A ladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
Que no habrá paraíso ni amores despojados;
Saben que van al cieno de números y leyes,
A los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
El impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
Como recién salidas de un naufragio de sangre.

VICENTE ALEIXANDRE
El vals

Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
O viva, o vibra, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agitan
Mis cuidados como una negligencia,
Como una elegante bien decir de buen tono,
Ignora el vello de los pubis,
Ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.
Unas olas de afrecho,
Un poco de serrín en los ojos
O si acaso en las sienes,
O acaso adornando las cabelleras;
Unas faldas largas echas de colas de cocodrilos;
Unas lenguas unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
No puede sorprender a nadie.
Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
Disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
Quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.
Pero el vals allegados.
Es una playa sino hondas,
Es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.
Hechos exuberantes en bandeja en los brazos,
Dulces tartas caídas sobre los hombros y llorosos,
Una languidez que revierte,
Un beso sorprendido en el instante en que se hacía " cabello de ángel",
Un dulce " si" de cristal pintado de verde.
Un polvillo de azúcar sobre las frente
Da una blancura Cándida a las palabras limadas,
Y las manos se acortan más redondeadas que no,
Mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.
Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
Se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
O en un licor, si blanco, que sabe a memoria o tácita.
Adiós, adiós, Esmeralda, amatista un misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
El preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
Cuando los bellos van a pinchar los labios obscenos que sabe.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalle,
El momento en que los vestidos se convertirán en naves,
Las ventanas en gritos,
Las luces en ¡Socorro!
Y ese besos que estaba (en el rincón) entre dos bocas
Se convertirá en una espina
Que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.
Se querían
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
Labios saliendo de la noche dura,
Labios partidos, sangre, ¿Sangre donde?
Se quería en en un lecho la vía mitad noche mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas sondas,
A esa amorosa gema del amarillo nuevo,
Cuando los rostros giran melancólicamente,
Gira Luna que brillan recibiendo aquél beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
Laten bajo la tierra y los valles se estira y
Como lomos arcaicos que se sienten repasados:
Caricia, seda, mano, Luna que llega y choca.
Se querían de amor entre la madrugada,
Entre las duras piedras cerradas de la noche,
Duras como los cuerpos helados por las horas,
Duras como los besos de diente diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
Ondas que por los pies acaricia los muslos,
Cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Medio día perfecto, se querían tan íntimos,
Mar altísimo joven, intimidad extensa,
Soledad de lo vivo, horizontes remotos
Ligados como cuerpos en soledad cantando
Amando. Se quería en como la luna lúcida,
Como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
Dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
Donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, por mientes, madrugadas, espacios,
Ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
Marro o tierras, navío, lecho, pluma, cristal,
Metal, música, la dio, silencio, vegetal,
Mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
Soy el destino
Sí, te he querido como nunca.
¿Por qué de besar sus labios, sí se sabe que la muerte está próxima,
Si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,
Cerrados los ojos a lo oscuro presente
Para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?
Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como 11,
Renunció a ese espejo que donde quiera las montañas ofrecen,
Pelada roca donde se reflejan y frente
Cruzaban por los pájaros cuyo sentido ignoro.
No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,
Embiste a las orillas límites de su anhelo,
Ríos de los que unas voces inefables se alzan,
Signos que no comprendo echado entre los juncos.
No quiero, no; renuncio a pagar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida,
Esa seguridad de vivir con que la carne comulga
Cuando comprenden que el mundo y este cuerpo
Ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.
No quiero, no, la más, alzar la lengua,
Proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,
Que quiebra los cristales de esos inmensos cielos
Tras los que nadie escucha el rumor de la vida.
Quiero vivir, vivir como la hierba dura,
Como el cierzo la nieve, como el carbón vigilante,
Como el futuro de un niño que todavía no nace,
Como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.
Soy la música que bajo tantos cabellos
Hace el mundo en su vuelo misterioso,
Pájaro de inocencia que con sangre las salas
Va a morir en un pecho oprimido.
Soy el destino que convoca a todos los que aman,
Mar único al que vendrán todos los radios amantes
Que buscan a su centro, rizados por el círculo
Que gira como la rosa rumorosa y total.
Soy el caballo que enciende su crin contra el helado viento,
Soy el León torturado por su propia melena,
La gacela que teme al río indiferente,
El avasallador tigre que despuebla la selva,
El diminuto escarabajo que también brilla en el día.
Nadie puede ignorar la presencia del que vive,
Del que en pie en medio de las flechas de editadas,
Muestra su pecho transparente que no impide mirar,
Que nunca será cristal a pesar de su claridad,
Porque se acerca en vuestras manos, podréis sentir la sangre.
Ciudad del Paraíso
Siempre te ven mis ojos, Ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
En tu vertical caída a las ondas azules,
Pareces reinar bajo el cielo sobre las aguas,
Intermedia los aires, como si una mano dichosa
Yo hubiera retenido, un momento de gloria, antes de hundir te para siempre en las solas
amantes.
Pero tú duras, nunca desciende es, y el mar suspira
Obraba, por ti, ciudad de mis días alegres,
Ciudad madre la antiquísima donde viví y recuerdo,
Angélica ciudad que, más alta que el mar, preside sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
Donde flores tropicales elevan sus juveniles Palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
Mecen el brillo de la brisa y suspender
Por un instante labios celestiales que cruzar
Con destino a las islas remotas simas, mágicas,
Que ella en el azul índigo, y derrotadas, navegan.
Allí también viví, allí, Ciudad graciosa, Ciudad Condal.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
Y donde las rutilantes paredes besan siempre
A quienes siempre cruzan hervidores en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja Florida una guitarra triste
A cantaba a la súbita canción suspendida en el tiempo;
Quieta la noche, más quieto el amante, bajo la luna eterna que instantánea transcurre.
Un soplo de eternidad pudo destruirte,
Ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un Dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
Eternamente fúlgidos como un soplo divino.
Jardines, flores. Mar alentando como un brazo que anhela
A la ciudad voladora entre monte y abismos,
Blanca en los aires, con calidad de pájaro sus pensó
Que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!
Por aquella mano materna fue llevado ligero
Por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en el moraba.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confíante, vivificador y profundo,
Sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
Llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
Quedarse en la orilla
Como el malecón o como el molusco que quiere calcareamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasar se en la dicha de fluir y perderse,
Encontrándose el el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita
extendido.
Como ese que vivía ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
Y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón a fluido.
Allí, ¿Quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o cofre, con temeroso
denuedo,
Con silencioso humildad, allí el también
Transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a Gran Sol descubierto, a viento rizando lo,
Un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
Su gran mano que rozaban las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el ser pegar que se movían
Como un único ser, no se si desvalido, no sé si poderosos,
Pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, sólo en tu gabinete, con los ojos extraños y la
interrogación en la boca, quisieras preguntar algo te imagen,
No te busques en el espejo,
En un extinto diálogo en el que no te oye.
Baja, bajar despacio y buscarte entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
Introduce primero sus pies en la espuma,
Y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero el extiende sus brazos, abre el fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
Y avanzan y Levante espumas, y saltan y confía,
Y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Enteral en el torrente que reclama y allí se tu mismo.
¡O pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latía
Para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Pisada humana
Esa huella no es beso.
No es tampoco un gemido, un sollozo, una huida,
Un testimonio vivo que alguien deja.
Es la huella de 1 pie: ¡Pisada humana!
El pie por la flor, el pie o la espuma, el pie o la gravitación total que pesa y cruje.
Allí en la huella, la suavidad de la planta. Allí la finísima estructura calcárea,
La delicadeza de el pétalo, los cinco dedos que un momento reunidos compusieron la
flor, volaron. Ahí se miran.
Allí la rosa carne que tembló en la arena, pulsó: vivero el mundo; a lejos.
Allí todavía el pie desnudo, impreso como un beso a la tierra.
Allí la forma esbelta que se levantó con raíz instantáneo
Y un momento se abrió en un cuerpo y dio su olor, y se desvaneció.
Brilló con flor arriba, con locura suave...
Allí cabeceó, criatura justa que hubo nacido, crecido, brillado, desaparecido,
En el momento irrepetible de la pisada por
Para quién escribo
¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista o simplemente el curioso.
No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para en su bigote enfadado, ni
siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música.
Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío,
el brillo de los impertinentes).
Escribo acaso para los que no me la he. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a
abrir las puertas a la aurora.
Ese viejo que se aduerme en el Banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con
amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.
Para todos los qué nombre le, los que no se cuidan de mi, pero de mi se cuida (aunque
me ignoren).
Esa niña que al pasarme mira, compañera de mi aventura, viviendo en el mundo.
Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos
cansadas.
Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia en los ojos; para el que le
yo; para el que al pasar no miro; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le
oyeron.
Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la
muchedumbre. Y para los hechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oirme,
está mi palabra
Pero escribo también para el asesino. Para el que con los ojos cerrados se arrojó sobre
un pecho y comió muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.
Para el que se irguió como Torre de indignación, y se desplomó sobre el mundo.
Y para las mujeres muertas y para los niños muertos, y para los hombres agonizantes.
Y para el que sigilosamente abrió las llaves de las y la ciudad entera pereció, y
amaneció un montón de cadáveres.
Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón, su tierna medalla, y por allí
pasó un ejército de depredadores.
Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las
aguas.
Y para esas aguas, para el mar infinito.
O, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación casi humana, como un techo
vivido
(1 niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el corazón del mar, está en ese pulso.)
Y para la mirada final, para la limitadísima mirada final, en cuyo seno alguien duerme.
Todos duermen. El asesino y el injusticias, el regulador y el naciente, el finado y el
húmedo, el seco de voluntad y el híspido como torre.
Para el amenazador y el amenazados, para el bueno y el triste, para la voz sin materia y
para toda la materia del mundo.
Para ti, hombre sin edificación que, sin querer las mirar, estás leyendo estas letras.
Para ti y todo lo que en ti viven,
Yo estoy escribiendo.
LUIS CERNUDA
Quisiera estar solo en el sur
Quizá mis lentos ojos no eran más el sur
De el ligeros paisajes dormidos en el aire,
Con cuerpos a la sombra de ramas como flores
O huyendo en un galope de caballos furiosos
El Sur es un desierto que llora mientras canta,
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
Hacia el mar encamina sus deseos amargos
Abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sol tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
Su niebla misma ría, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.
No decía palabras
No decía palabras,
Acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe,
Una hoja cuya rama no existe,
Un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
Remonta por las venas
Hasta abrirse en la piel,
Surtidores de sueño
Hechos carne en interrogación vuelta las nubes.
Un roce al paso.
Una mirada fugaz entre las sombras,
Bastan para que el cuerpo se abre en dos,
Ávido de recibiré asimismo
Otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
Iguales que figura, iguales en amor, iguales en ese punto
Aunque sólo sea una esperanza,
Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Unos cuerpos son como flores
Unos cuerpos son como Flores,
Otros como puñales,
Otros como cintas de agua;
Pero todos, temprano o tarde,
Serán quemaduras que en otro cuerpo sea grandes,
Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones,
Sueña con libertades, compite con el viento,
Hasta que un día la quemadura se borra,
Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
Que cruzan al pasar los pies desnudos,
Muero de amor por todos ellos;
Les doy mi cuerpo para que lo que se,
Aunque les lleve a una ambición una nube,
Sin que ninguno comprenda
Que ambiciones son nubes
No valen un amor que se entre
Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
El los vastos Jardines sin Aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, a Argel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termina este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde pena si dichas no sean más que nombres como
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde el fin que el libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
Yo fui
Yo fui
Columna ardiente, Luna de primavera,
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba;
Pensé, como al amanecer en sueño la hendido,
Lo que pinta el deseo en días adolescentes.
Canté, subí,
Fui luz un día
Arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento
Que se hace la sombra,
Caí en lo negro,
En el mundo insaciable.
He sido.
Un español habla de su tierra
Las playas, parameras
Al rubio sol durmiendo,
Los oteros, las vegas
En paz, a solas, lejos;
Los castillos, ermitas,
Cortijos y conventos,
La vida con la historia,
Tan dulces al recuerdo,
Ellos, los vencedores,
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.
Una mano divina
Tu tierra alzó en mi cuerpo
Y allí lavó dispuso
Que hablase tu silencio.
Contigo sólo estaban,
En ti sola creyendo;
Pensar tu nombre ahora
Envenena mis sueños.
Amargos son los días
De la vida, viviendo
Sólo una larga espera
A fuerza de recuerdos.
Un día, cuya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarlas. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?

Góngora
El andaluz envejecido que tienen gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la Corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día sino atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve el rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De que el sol invernal de la grandeza
Que no atender el frío del desdichado.
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alma desvanece, a amar el rincón sólo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que el, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino animo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un me vi que deja el puño duro para buscar las nubes
Translúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora el reducto último de su casa y su muerto le alcanzan todavía.
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
De el aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Llamó a lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dos más,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal y insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban y
Inclinarse a su nombre, mar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas el no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios que supo devolverles (como ahora con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.


RAFAEL ALBERTI

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la más!
¿Por qué me trajiste, padre,
A la ciudad?
¿Por qué me desenterrar este
Del mar?
En sueños, la marejada
Me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿Porqué me trajiste
acá?
-Madre, vísteme a la usanza
De las tierras marineras:
El pantalón de campana,
La blusa azul ultramar
Y la cinta milagrera.
-¿Adónde vas, marinero,
Por las calles de la tierra?
-¡Voy por las calles del mar!
Si Garcilaso volviera,
Yo sería su escudero;
Qué buen caballero era.
Mi traje de marinero
Se colocaría en guerrera
Ante el brillar de su acero;
Qué buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, Guerrero,
Al borde de su estribe!
En la mano, mi sombrero;
Qué buen caballero era.
Si mi voz muriera en tierra,
Llevadla al nivel del mar
Y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
Y nombradla capitana
De un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
Con la insignia marinera:
Sobre el corazón un ancla,
Y sobre el ancla una estrella,
Y sobre la estrella el viento,
Y sobre el viento la vela!
Mi corza
Ni corza, buen amigo,
Mi corza blanca.
Los lobos la mataron
Al pie del agua
Los lobos, un buen amigo,
Que huyeron por el río.
Los lobos la mataron
Dentro del agua.
De Aranda de Duero
A Peñaranda de Duero
¡Castellanos de Castilla,
Nunca habéis visto la mar!
¡Alerta, que en estos ojos
Del Sur y en este cantar
Yo os traigo toda la mar!
¡Miradme, que pasa el mar!
Madruga, la amante mía,
Que yo lo quiero.
Por las barandas del Duero,
Viendo pasar la alba fría,
Yo te espero.
No esperes que zarpe el día,
Que yo te espero.
Guía estival del paraíso
(programa de festejos)
Hotel de Dios: pulsado por los trenes
Y busques. Para que al sur. Ventiladores.
Automóvil al mar y los andenes.
San Rafael, lo malo, a la cantina,
Chofer de los colgantes corredores,
Por un sorbete lleva, sin propina.
¡Al bar de los arcángeles! De lino,
Las confías de las frentes, y de las salas,
De sidra y plumas de limón y vino.
Por una estrella de metal, las olas
Satinan el marfil de las escalas
Áureas de las veloces pianolas.
¡Campo de aviación! Los serafines,
En la vía la tea enharinada, vuelan
La gran copa del viento y los confines.
Y en el estadio de La luna, fieros,
gimnastas de las Nieves, se revelan,
Jabalinas y discos, los luceros.
¡Reina de las barajas! Por los lagos
De Venus, reguladora, a los castillos
Del Pim-Pam-Pum de los tres Reyes magos.
Carreras de los vírgenes cometas
Encinta, alrededor de los anillos
Saturnales, de alcohol las bicicletas.
¡Funicular al tiro de bujías!
¡Submarino al vergel de los enanos,
Y al naranjal de Alberti, los tranvías!
Hotel de Dios: pulsado por los trenes
Y busques. Hall al sur. Americanos
Refrescos. Auto al mar y los andenes.
Madrigal al billete del tranvía
A donde el viento, impávido, suculenta
Torres de luz contra la sangre mía,
Tú, billete, flor nueva,
Cortada en los balcones del tranvía.
Huye, directa, rectamente el liso,
En tu pétalo un nombre y un encuentro
Latentes, a ese centro
Celebrado y por cortar el compromiso.
Y no arde en ti la rosa ni en ti priva
En el finado clavel, si la violeta
Contemporáneo, viva,
Del libro que viaja en la chaqueta.
Cita triste de Charlot
Mi corbata, mis guantes.
Mis guantes, ni corbata.
La mariposa ignora la suerte de los sastres, al
La derrota del mar por los escaparates.
Mira, señores, 900.000 años.
¡Oh!
Era yo un niño cuando los peces no nadaban,
Cuando las ocas no decían misa
Ni el caracol embestía al gato.
Juguemos al ratón y al gato, señorita.
Lo más triste, caballero, un reloj:
Las once, las doce, la una, las dos.
A las tres en punto morirá un transeúnte.
Tú, Luna, no te asustes;
Tú, Luna, de los taxis retrasados,
Luna de hollín de los bomberos.
La ciudad está ardiendo por el cielo,
Un traje igual al mío se hastía por el campo.
Mi edad, de pronto, 25 años.
Es que nieva, que Nieva,
Y mi cuerpo se vuelve choza de madera.
Y te invito al descanso, viento.
Muy tarde es ya para cenar estrellas.
Pero podemos bailar, árbol perdido.
Un vals para los lobos, y
Para el sueño de la gallina si las uñas del zorro.
Se me ha extraviado el bastón.
Es muy triste pensarlo sólo por el mundo.
¡Mi bastón!
Mi sombrero, mis puños,
Mis guantes, mis zapatos.
El hueso que más duele, amor mío, es el reloj:
Las once, las doce, la una, las dos.
Las tres en punto.
En la farmacia se evapora un cadáver desnudo.
Los dos ángeles
Ángel de luz, y ardiendo,
¡Oh, ven!, y con tu espada
Incendian los abismos donde yace
Mi subterráneo ángel de las nieblas.
¡Oh espadazo en las sombras!
Chispas múltiples,
Clavándose en mi cuerpo,
En mis alas sin plumas,
En lo que nadie ve,
Vida.
Me estás quemando vivo.
Vuela ya de mí, oscuro
Luzbel de las canteras sin Auroras,
De los pozos sin agua,
De las simas sin sueño,
Ya carbón del espíritu, el
Sol, Luna.
Me duelen los cabellos
Y las ansias. ¡Oh, que emana!
¡Más, más, si, sí, más! ¡Quémame!
¡Un que malo Mur, han ángel de luz en, gustó de un millón,
Han tú que andabas llorando por las nubes, no
Tú, sin mí, tú, por mí,
Ángel frío de polvo, ya sin gloria,
Volcado en las tinieblas!
¡Quémalo, ángel de luz,
Quémame y huye!
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo;
Que la noche, la mañana.
Se equivocaba
Que las estrellas, Rocío;
Que la calor, de la nevad.
Se equivocaba.
Que tú falda era tu blusa;
Que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.) 

MIGUEL HERNÁNDEZ

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me dejan ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llegó por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona,
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
No me conformo, no: me desespero
como si fuera un huracán de lava
en el presidio de una almendra esclava
o en el penal colgante de un jilguero.
Besarte fue besar un avispero
que me clava al tormento y me desclava
y cada un hoyo fúnebre y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
No me conformo, no: ya es tanto y tanto
idolatrar la imagen de tu beso
y perseguir el curso de tu aroma.
Un enterrado vivo por el llanto,
una revolución dentro de un hueso,
un rayo soy sujeto a una redoma.
Como el toro en nacido para el luto
Y el dolor, como el toro estoy marcando
Por un hierro infernal en el costado
Y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
Todo mi corazón desmesurado,
Y de el rostro del beso enamorado,
Como el toro a tu amor se lo disputan.
Como el toro me crezco en el castigo,
La lengua en corazón tengo bañada
Y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro que sigo y que persigo,
Y dejas mi deseo en una espada,
Como el toro burlado, como el toro.
Elegía
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como por el rayo
Ramón Sijé, con quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
Y de la tierra que ocupas y estercolas,
Compañera del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento,
A las desalentada se amapolas
Daré de tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
Que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe el lado,
Un hachazo invisible y homicida,
Un empujón brutal que ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
Yo oro mi desventura y sus conjuntos
Y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
Y sin calor de nadie y sin consuelo
Voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
Temprano madrugón la madrugada,
Temprano estás rodando por el suelo.
No perdonó a la muerte enamorada,
No perdonó a la vida desatento,
No perdonó a la tierra ni a la nada.
En mis manos levantó una tormenta
De piedras, en rayos y hachas estridentes
Sedienta de catástrofes y hambrienta.
A quiero escarbar la tierra con los dientes,
Quiero apartar la tierra parte a parte
A dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Y besarte la noble calavera
Y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto ya mi higuera:
Por los altos andamios de las flores
Pajareará tu alma colmenera
De angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
De él los enamorados labradores.
Alegras la sombra de mis cejas,
Y tu sangre se irán a cada lado
Disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
Llama a un campo de almendras espumosas
Mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
Que tenemos que hablar de muchas cosas,
Compañero del alma, compañero.
Vientos del pueblo me llevan
Vientos del pueblo me llevan,
Vientos del pueblo me arrastran,
Me esparcen el corazón
Y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
Impotentemente mansa,
Delante de los castigos
Los leones la levantan
Y al mismo tiempo castigan
Con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes
Que el soy de un pueblo que embargan
Yacimientos de leones,
Desfiladeros de Águilas
Y cordilleras de toros
Son el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
En los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
Sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
Jamás ni unos ni trabas,
Y quien al rayo detuvo
Prisionero en una jaula?
Asturianos de la vez,
Vascos de piedra blindada,
Valencianos de alegría
Y Castellanos de la alma,
Labrados como la tierra
Y airosos como las salas;
Andaluces de relámpago,
Nacidos entre guitarras
Y forjados en los yunques
Torrenciales de las lágrimas;
Extremeños de centeno,
Gallegos de lluvia y calma,
Catalanes de firmeza,
Aragoneses de casta,
Murcianos de dinamita
Frontalmente propagada,
Leoneses, navarros, dueños
El hambre, el sudor y el hachís,
Reyes de la minería,
Señores de la labranza,
Hombres que entre las raíces,
Como raíces gallarda las,
Vais de la vida a la muerte,
Vais de la nada a la nada:
Yo os os quieren poner
Gente de la hierba malas,
Yo os queréis de dejar
Rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
Está despuntando de la alba.
Los bueyes mueren vestidos
De humildad y olor de cuadra:
Las águilas, los leones
Y los toros, de arrogancia,
Y detrás de ellos, el cielo
Ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
Tiene pequeña la cara,
Las el animal el barón
Toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
Con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
La boca contra la grama,
Tendré apretados los dientes
Y decidida la barba.
Cantando espero la muerte,
Que hay ruiseñores que cantan
Encima de los fusiles
Y en medio de las batallas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.