viernes, 12 de junio de 2020

HISTORIA CONTEMPORÁNEA - TEMA 4 - EL REINADO DE ALFONSO XIII (GUADAHUMI4)



TEMA 4 

HISTORIA CONTEMPORÁNEA EL REINADO DE ALFONSO XIII (G
REGENERACIONISMO Y DICTADURA (1902-1931).

I. LA CRISIS DEL SISTEMA PARLAMENTARIO (1902-1923).

El periodo 1902-1923, buena parte del reinado de Alfonso XIII en España, corresponde a un segmento de la historia política europea marcado por la Primera guerra Mundial y por la revolución de 1917; marcado por un complejo de transformaciones directas en la nueva conformación de Europa y por la amenaza de la crisis económica.
Conviene destacar tres caracteres del periodo: crisis de la democracia parlamentaria; tendencia a constituir Estados nacionalmente homogéneos, de acuerdo con el llamado principio de las nacionalidades; adaptación forzosa, aunque realizada de
formas diversas, de unos Estados de planta burguesa a la realidad de una nueva clase que acaba de irrumpir en la vida política: la clase trabajadora.

En España, el reinado se inició con un clima político y social marcado por el espíritu regeneracionista surgido tras la crisis del 98. Los primeros gobiernos se propusieron una renovación interna del régimen que le permitiera sobrevivir. Fue la etapa del revisionismo, que cubrió la primera década del reinado. Pero el corto alcance
de las reformas no fue suficiente para impedir que el sistema se siguiera hundiendo.

Con la Primera Guerra Mundial empezó una fase nueva que, por poco tiempo, pareció prometedora: la neutralidad le permitió a España desempeñar un papel económico en Europa desproporcionado a su importancia real. Pero la euforia de las
exportaciones sólo benefició a unos pocos, mientras la mayor parte de la población sufrió escasez y carestía. El descontento social desembarcó en una crisis general en 1917. A partir de ese momento, el declive fue imparable: a la inoperancia de los
gobiernos se sumaron la creciente contestación política al régimen, la conflictividad social y el desastre militar en Marruecos. Era inaplazable buscar una salida. El golpe militar impuso la dictadura, con la aprobación de rey; pero no era la única salida.
Finalmente, se hundió el viejo sistema y arrastró en su caída al rey y a la institución monárquica.


1. Los intentos regeneracionistas (1902-1914).

La primera parte del reinado de Alfonso XIII estuvo marcada por el espíritu regeneracionista y de cambio que, tanto dentro como fuera del sistema, se había extendido tras la crisis del 98.

El revisionismo político y su fracaso.

Protagonismo político de Alfonso XIII. Alfonso XIII accedió al trono en mayo de 1902, con 16 años. Dado el ambiente social y político creado en España por la derrota del 98, se albergaban esperanzas de que el nuevo monarca encabezase una política de carácter regenerador. En su actuación política se pueden destacar dos rasgos: un intervencionismo constante en la vida política ordinaria, así como en las luchas de los partidos dinásticos (crisis orientales), por una parte, y la relación directa entre la Corona y los mandos militares, aprovechando su condición de jefe del ejército, por otra
parte.

Los intentos de “revolución desde arriba”. La política oficial también estaba contagiada del espíritu regeneracionista que se había extendido por todo el país. El siglo XX se inició, por lo tanto, con los intentos de reforma del sistema político de la Restauración, que se hallaba cada vez más desligado de la realidad social española.
Tras la muerte de los fundadores de los dos partidos dinásticos, Cánovas (1897) y Sagasta (1903), empezó la etapa de revisionismo político, protagonizado por Maura, desde el Partido Conservador, y por Canalejas, desde el Partido Liberal.

Revisionismo del P. Conservador: Silvela y Maura. El partido conservador pareció entender primero las razones del regeneracionismo con Silvela; pero fue sobre todo bajo el liderazgo de Maura y especialmente en su “gobierno largo” (1907-909),
cuando se pusieron marcha medidas relevantes. Maura galvanizó la política y llevo al Parlamento numerosas iniciativas legales. Puso en marcha importantes reformas: nueva Ley electoral (agosto de 1907), ley de Creación de la Escuadra, ley de Colonización interior, legalización de la huelga (1908), creación del Instituto Nacional de Previsión (1908), inspección de trabajo, reforma de la justicia municipal, sindicatos agrícolas. La Semana Trágica. Pero Maura no pudo concluir su “revolución”. Dimitió en octubre de 1909. El rey le retiró su confianza a la vista de la reacción internacional que
había producido la ejecución de Francisco Ferrer Guardia en Barcelona. Ferrer Guardia era un pedagogo anarquista de larga trayectoria revolucionaria, al que un tribunal militar condenó sin evidencia jurídica como responsable de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona. Así es como se calificó una oleada de disturbios que sacudieron por unos días la capital catalana, surgidos de forma espontánea contra el envío de tropas a Marruecos y que derivaron luego hacia actos de violencia anticlerical, con un centenar
de muertos.

Revisionismo del Partido Liberal: Canalejas. A pesar de no haber podido concluir su proyecto, Maura cambió la política y obligó a cambiar al Partido Liberal, como entendió José Canalejas, que gobernó desde febrero de 1910 hasta que fue asesinado en noviembre de 1912. Igual que Maura, Canalejas gobernó con programa, ideas, firmeza y resolución, con voluntad reformista. Se aprobaron importantes reformas, como la reducción del impuesto de consumos, la ley de Reclutamiento y Reemplazo (suprimiendo la redención en metálico), la regulación de las condiciones de
trabajo (jornada máxima en las minas, prohibición del trabajo nocturno de la mujer), aprobó la ley de Mancomunidades. Pese a la movilización callejera de los católicos autorizó los signos exteriores del culto de las iglesias protestantes y elaboró un proyecto
de ley (ley del Candado) que prohibía el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en tanto no se aprobara una nueva ley de Asociaciones, a riesgo de una grave confrontación con la Iglesia.

2. Crisis del parlamentarismo y quiebra del sistema (1914-1923).

En unos pocos años, la política española había cambiado de forma sustancial.

Con la constitución de la Mancomunidad catalana, un régimen de preautonomía que creaba organismos comunes a las cuatro provincias de la región y les transfería algunas competencias, se modificó, incluso, aunque de forma muy discreta, la estructura
territorial del Estado. Pero el problema de la representatividad del sistema, de su legitimidad política, permanecía sin alterar. Aunque a lo largo de la segunda década el número de distritos en los que las elecciones eran auténticas fue cada vez mayor, el caciquismo no desapareció en absoluto. Maura mismo había echado mano de la
estructura caciquil para gobernar en 1907.

El fin del turno y la inestabilidad gubernamental. Como observaba Ortega en 1914, la Restauración era un panorama de fantasmas, la vieja política estaba muerta y se precisaba una nueva política. Desde la perspectiva del régimen monárquico, eso habría
significado liderazgos políticos firmes, partidos fuertes y mayorías parlamentarias homogéneas, pero lo que sucedió entre 1913 y 1923 fue todo lo contrario. La negativa de Maura en octubre de 1913 a seguir el turno con los liberales porque éstos habían apoyado a la oposición monárquica en 1907-1909 durante la crisis que siguió a la
Senana Trágica, supuso la quiebra del turno de partidos, que había venido funcionando desde 1885. Desde 1914, la fragmentación del sistema fue total. El Partido conservador estaba escindido entre los idóneos, liderados por Eduardo Dato, y los mauristas. El
Partido Liberal, por su parte, quedó inutilizado par gobernar por la pugna entre Romanones, García Prieto y Santiago Alba para hacerse con su control tras la muerte de Canalejas. La inestabilidad gubernamental, con quince gobiernos en nueve años, se hizo
endémica. La suspensión de las Cortes fue un recurso habitual en aquellos años. 

El impacto de la I Guerra Mundial. En esas condiciones, la crisis general del  sistema parecía casi inevitable, más aún cuando los problemas económicos, sociales y militares se agravaron a partir de 1914. En ese año estalló la Primera Guerra Mundial en
la que España se mantuvo neutral. Esta posición permitió en un primer momento un excepcional crecimiento económico gracias al incremento de las importaciones industriales y mineras. Pero como el incremento de las exportaciones no se vio acompañado de una mejora de la productividad, ocasionó una espiral inflacionista de
graves consecuencias. Entre 1916 y 1918 los precios de los productos de primera necesidad casi se duplicaron, lo que explica el incremento de huelgas (212 en 1914, 463) en 1918, más de un millar en 1920). La fractura social se unía a la crisis política.
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La crisis de 1917.

Los gobiernos se vieron impotentes para contener la inflación y restablecer el orden social, sobre todo, tras el fracaso del paquete de reformas propuesto por Santiago Alba (reforma fiscal, presupuesto extraordinario en educación y obras públicas)
financiado con un impuesto sobre los beneficios de la guerra. La resistencia empresarial y la oposición conservadora, articulada por Cambó se impusieron. El juntismo militar. El malestar desbordó el orden político. La crisis llegó primero al Ejército. El descontento de los oficiales peninsulares por la pérdida de poder adquisitivo de sus salarios, por un lado, y el beneficio del ejército de Marruecos en los
ascensos, por otro, había dado lugar en 1916 al surgimiento de Juntas de Defensa del Arma de Artillería, en defensa de intereses corporativos. Cuando el gobierno de García Prieto intentó disolverlas en junio de 1917, la Junta de Barcelona publicó un manifiesto
en el que culpaba a los políticos de los problemas del Ejército y del país y hacía un llamamiento al restablecimiento del buen gobierno para la renovación del país. García Prieto dimitió y el nuevo gobierno, presidido por Dato, aceptó las condiciones de las
Juntas ante el temor de un pronunciamiento militar.

La Asamblea de Parlamentarios. La crisis creada por las Juntas hizo pensar a la oposición al régimen que las circunstancias eran favorables para una renovación profunda de la política nacional. Por iniciativa de Cambó, los parlamentarios catalanes convocaron una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona, el 19 de julio de 1917, a fin de promover una reunión de Cortes con carácter constituyente. El objetivo era convertir el Parlamento en el centro de la política en un nuevo intento de reforma desde arriba del sistema de la Restauración.
  
La huelga general. Pero pronto se vio –y sobre todo se temió por buena parte de los protagonistas de los movimientos anteriores- que lo que podía suceder era una revolución desde abajo. El 17 de agosto, el PSOE y la UGT, en cuyo interior habían aparecido ya nuevos líderes, como Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Francisco Largo Caballero, convocaron una huelga general, por extensión de un conflicto que estaba teniendo lugar en la Compañía de Ferrocarriles del Norte. El objetivo era conectar con
los otros focos de conflicto para conseguir derribar el gobierno y formar otro provisional que convocara Cortes constituyentes.
Pese a todo, la revolución no parecía posible. El ejército era mayoritariamente conservador. Las Juntas mismas no eran un movimiento revolucionario, sino más bien, como se vio pronto, un lobby al servicio de intereses profesionales y que terminaron por
ser, en parte, una amenaza golpista, y sobre todo un foco de insubordinación militar.

No hubo reforma constitucional. La huelga de agosto fue duramente reprimida. 

La Asamblea de Parlamentarios, a la que sólo asistieron unos setenta diputados, no tuvo continuidad: la Lliga Catalana, el propio Cambó, impulsores de la Asamblea, participarían luego en distintos gobiernos de la Monarquía.

Los nacionalismos periféricos. Tampoco se llevó a cabo la reforma territorial. La colaboración del catalanismo con el gobierno no sirvió para ampliar las concesiones hechas a Cataluña en 1914, hasta lograr la autonomía. En 1918 el Congreso rechazó una
iniciativa de Cambó en este sentido y al año siguiente, una comisión extraparlamentaria, creada para abordar el problema regional –catalán y vasco, donde el PNV logró un importante avance electoral en 1918- sólo propuso vagas medidas descentralizadoras.
El problema seguiría gravitando sobre la política nacional. En Cataluña, en las elecciones provinciales de 1923, Cambó y la Lliga perdieron la hegemonía que mantenían desde 1907, desplazados por el nacionalismo radical y democrático de Acció Catalana y Estat Catalá. En Galicia, la creación en 1916 de las Irmandades de Fala y la publicación en 1920 del ensayo Teoría do nacionalismo galego, de Vicente Risco, marcaron el paso del galleguismo cultural y regionalista al nacionalismo.

La conflictividad social experimentó, a partir de 1919, niveles desconocidos hasta entonces en España. La situación era particularmente grave en Barcelona, por el enfrentamiento entre la CNT y la patronal. El punto álgido lo marcó la huelga de La
Canadiense (febrero marzo de 1919), eléctrica que abastecía el tejido urbano e industrial de la capital catalana, que terminó con la mayor victoria lograda hasta entonces por el proletariado español. Pero la segunda parte del conflicto, en torno a la libertad de los
detenidos, provocó una dura respuesta patronal, con el cierre de empresas, y una fuerte represión contra los sindicatos. Fracasados los intentos mediadores, estalló una oleada de violencia, el pistolerismo, que provocó centenares de muertes entre ambos lados y que afectó a importantes empresarios y destacados líderes sindicales.

La resistencia patronal frustró, además, cualquier posibilidad de acercamiento.

Cuando el gobierno de Sánchez Toca intentó una aproximación a las posturas moderadas y pactistas de líderes como Salvador Seguí y Ángel Pestaña, la patronal
barcelonesa impuso una política de fuerza. En nombramiento de Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona inició una durísima represión. La respuesta anarquista fue el asesinato del nuevo jefe del Ejecutivo, Eduardo Dato, en Madrid, en marzo de 1921.

El problema de Maruecos. La crisis de Marruecos vino a agravar aún más la situación española. Desde que las potencias europeas en la Conferencia de Algeciras (1906) habían otorgado tácitamente a Francia y España el control de Marruecos, la ocupación española de la parte norte se había ido produciendo de forma lenta e  intermitente, con muchas dificultades. En 1921, el ejército español sufrió una derrota en Annual (julio de 1921), cuando un ataque de las tropas rebeldes de Abd el Krim provocó la retirada de las tropas españolas mandadas por el general Silvestre, la muerte
de más de 9.000 soldados y la pérdida de 5.000 km. cuadrados en la zona de Melilla.

Dada la magnitud del desastre, se plantearon dos cuestiones: la exigencia de responsabilidades militares y políticas -que alcanzaban al ejército, al gobierno e incluso al mismo rey-, por una parte, y la reflexión sobre el sentido mismo de la presencia española en Marruecos, por otra.

Los dos asuntos eran de gran calado en la vida política española del momento.

Para el Ejército, Marruecos fue la oportunidad de restaurar el prestigio perdido en Cuba.

Creó una nueva mentalidad militar y militarista en las nuevas generaciones de oficiales (Goded, Franco, Mola, Varela, Millán Astray) que veía en el Ejército la encarnación de la esencia histórica y moral de la nación. Estos oficiales africanistas, que por otra parte
gozaban de mejores salarios y más oportunidades de ascenso que sus colegas en la península, interpretaban cualquier crítica a la intervención en Marruecos como un ataque al Ejército y como un síntoma de debilidad nacional, al tiempo que no admitían
la subordinación militar a la acción civil en el protectorado.
Los problemas no resueltos se acumulaban. La Monarquía parecía no tener instrumentos eficaces de gobierno. Desde 1918, el mismo Alfonso XIII manifestaba públicamente su malestar por la evolución del país e incluso su disconformidad con el sistema parlamentario. Se había intentado el recurso a los gobiernos de concentración,
pero fracasado el intento se volvió al turno. Entre 1919 y 1922 ejercieron el turno los conservadores, con siete gobiernos consecutivos. En 1922 volvieron los liberales y García Prieto, presidente del Consejo, se plantea reformas que incluso podían alcanzar a la propia Constitución. El golpe de Estado de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, desvaneció esa posibilidad.

II. LA DICTADURA DE PRIMO (1923-1930).

La llegada al poder de Primo de Rivera tuvo lugar en septiembre de 1923, tras un pronunciamiento militar iniciado en Barcelona, no combatido por el gobierno, aceptado por el rey y saludado por una parte de la opinión pública española. El clima político de la Restauración se había enrarecido mucho, sobre todo por el debate en torno a las responsabilidades de la guerra de Marruecos. La inestabilidad de los gobiernos de la monarquía era, desde 1917, constante y el ejército había logrado una gran presencia
en la vida pública.

La implantación de la Dictadura es inseparable de la crisis del liberalismo, que se había mostrado incapaz de regular las demandas crecientes de participación política procedentes de una sociedad cada vez más moderna y de masas. Como en muchos
países europeos del momento, la respuesta a ese desajuste fue autoritaria: asunción de un poder personal, limitación del acceso a la política y, al tiempo, reorganización de la sociedad según un modelo corporativista.

El proceso seguido fue relativamente sencillo: pronunciamiento, acceso al poder y acción política desde el gobierno. En el régimen se combinaron el pretorianismo militar, las ansias de regeneracionismo y la crisis del liberalismo político.

1. La implantación del régimen.

Orígenes de la dictadura.

El pronunciamiento de Primo de Rivera puede explicarse por la conjunción de tres factores fundamentales. La crisis estructural del Estado de la Restauración, la crónica presencia de interferencias militaristas y la aparición de un problema coyuntural, es decir, el deterioro del orden público, sobre todo en Barcelona, mientras
que el asunto de las responsabilidades por el desastre de Annual habría actuado como precipitante. Los complots castrenses y el pronunciamiento de Primo de Rivera. La preparación del pronunciamiento tuvo lugar durante el verano de 1923, con dos núcleos definidos. Un grupo de generales que conspiraban en Madrid –el cuadrilátero- a favor de un gobierno con mayor presencia militar y preocupado, sobre todo, por la cuestión de
las responsabilidades de Annual. Un segundo núcleo era el procedente de la guarnición de Barcelona, dirigida por Miguel Primo de Rivera, que orientó el movimiento hacia una ocupación del poder exclusivamente por militares. Su interés no era sólo buscar una
salida a la crisis marroquí, sino modificar el sistema liberal y resolver la cuestión del orden público. No es casual, como señaló Azaña en aquellos días, que el pronunciamiento comenzase en Barcelona.
Reacciones ante el golpe. El golpe de Estado de Primo de Rivera triunfó sin resistencia. El gobierno constitucional de García Prieto no logró frenar el movimiento.

Los principales líderes políticos se manifestaron con cautela, la opinión pública era favorable (el mismo Ortega lo calificó de “plenamente popular”) y, finalmente, el monarca los legitimó, nombrando a Primo de Rivera presidente del gobierno; una
decisión que dejaba en suspenso el régimen constitucional que venía manteniéndose desde 1876.

El Directorio Militar. Una vez derrocado el gobierno constitucional y después de superar algunas tensiones entre los protagonistas del pronunciamiento, Primo de Rivera accedió al frente de un Directorio Militar compuesto por ocho generales y un almirante. Aunque el manifiesto inicial aludía al carácter provisional -una letra a
noventa días-, el régimen nacía con voluntad de institucionalizarse, como pronto se confirmó con la negativa del monarca a reabrir las Cortes. Primo de Rivera concentraba en su persona toda la capacidad ejecutiva y la relación con el monarca.

El Directorio Militar ocupó los dos primeros años de la Dictadura, hasta finales de 1825. Su programa político recogía algunos presupuestos de la “revolución desde arriba” de la época de Maura, pero afrontados por medio de una intervención quirúrgica.
Esta voluntad regeneracionista se manifestó en las primeras medidas del Directorio en dos campos: el descuaje del caciquismo, en el nivel local, y en un nacionalismo de Estado, frente a los nacionalismos periféricos.

La política anticaciquil: Estatutos local y provincial. Consciente de que el futuro del proyecto regeneracionista se jugaba en el cambio de balanza a nivel local, Primo de Rivera ordenó al 30 de septiembre la disolución de los ayuntamientos y su sustitución por Juntas de vocales Asociados (disueltas, a su vez, en enero de 1924).
En abril de 1924 se puso en marcha un Estatuto Municipal con dos ideas básicas:
la autonomía municipal y el fin de las corruptelas administrativas. Se creó el cuerpo de secretarios municipales y se dio estabilidad a los empleados de la administración local.

Se aumentaron los tributos y se cedieron otros del Estado, lo que permitió un aumento del gasto municipal en el conjunto del gasto público. En cambio, las medidas democratizadoras previstas en el Estatuto, como la elección de los concejales, nunca se
pusieron en marcha y, en la práctica, los ayuntamientos fueron meros apéndices de los gobernadores, primero, y de la Unión Patriótica, después.

En cuando a la administración provincial, se disolvieron las Diputaciones y en los primeros momentos pareció que la Dictadura era favorable a una amplia descentralización. Primo de Rivera llegó a encargar un proyecto de Estatuto, en septiembre de 1923, a las diputaciones vascas y a la diputación foral de Navarra; y se
ofreció una Mancomunidad gallega a cambio de que el galleguismo conservador colaborara con la Dictadura. Pero pronto el dictador se decantó hacia un españolismo beligerante y el Estatuto provincial fue fiel reflejo de esa actitud. Igual que sucedió en el
ámbito local, en la práctica, las Diputaciones eran designadas por el gobernador y se convirtieron en un mero apéndice de la administración central.

Política de orden público. A la vez, el Directorio afrontó la solución de los problemas de orden público, que habían sido, como sabemos, una de las principales preocupaciones de los gobiernos. Mantuvo en vigor durante meses la declaración del estado de guerra, adoptó medidas represivas contra las organizaciones obreras como la
CNT y promovió, aunque con poco éxito, la extensión del somatén catalán como instrumento de control social.

Nacionalismo de Estado. Una tercera línea de actuación del régimen dictatorial fue la de fomentar un nacionalismo de Estado, de carácter unitario, como lo definió Calvo Sotelo. Algunos sectores nacionalistas, como la Lliga de Cambó, apoyaron
inicialmente el golpe de Primo de Rivera, pero las medidas adoptadas por el Directorio socavaron las bases institucionales del catalanismo. La supresión de la Mancomunidad de Cataluña (1925), la restricción del empelo de las lenguas propias, la prohibición de
símbolos identitarios, provocaron una radicalización de las posturas y facilitaron la adhesión de los nacionalismos periféricos al republicanismo.

La solución al problema de Marruecos. Una cuarta línea de actuación del Directorio Militar iba destinada a solucionar el problema de Marruecos. En la cuestión de las responsabilidades, se celebró el juicio contra los encausados y se concedió una
amnistía para los generales (Berenguer). Más delicado era el tema de la posición española en Marruecos. Primo de Rivera había defendido una postura abandonista, pero la situación cambió a partir de 1924, cuando el dictador asumió personalmente el papel
de Alto comisario en Marruecos. La alianza militar con Francia hizo posible el desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925) y la derrota de Abd el Krim (1926).

2. Un régimen corporativo.

El Directorio Civil. La Dictadura de Primo de Rivera, además de constituir un régimen político de carácter autoritario, se define por su carácter corporativo. El corporativismo, una de las respuestas en la época de entreguerras a la crisis del liberalismo, mantendrá la tesis de que la sociedad funciona mejor si existen cuerpos
intermedios, agrupaciones, que regulan las relaciones sociales y que sirven de intermediarios entre los individuos y el Estado. El ejemplo del fascismo italiano, espejo en el que quería mirarse el dictador, acentuó esta orientación política. La política corporativa fue obra fundamental del Directorio Civil, constituido a finales de 1925. En
este gobierno conviven ministros militares y civiles (Calvo Sotelo, E. Aunós, Conde de Guadalhorce). El paso de un Directorio Militar a otro Civil revelaba de forma inequívoca la voluntad de permanencia de Primo de Rivera en el poder.

Las bases políticas del régimen. Uno de los objetivos básicos de Primo de Rivera era la lucha contra “la vieja política” y la creación de un nuevo régimen sobre bases distintas del modelo liberal. Todos los pasos dados en esta dirección fueron, sin embargo, incompletos, de modo que la dictadura no logró fundar un Estado nuevo. La
aspiración del dictador de institucionalización del régimen quedó bloqueada a parir de 1928 y ésta fue una de las causas de su posterior caída.

Un partido nuevo y único: la Unión Patriótica. Frente a la diversidad de partidos
políticos del liberalismo, la dictadura se proponía la creación de un partido único y diferente de los partidos liberales; la primera Unión Patriótica se constituyó en Valladolid en 1924 y se extendió, gracias al apoyo de los gobernadores, por toda España. El partido nació y se mantuvo impulsado y protegido por el poder. Nunca llegó
a ser un partido de masas, más bien un grupo de presión.
Asamblea Nacional Consultiva. Frente a la competencia política expresada en votos, el régimen propone la representación de carácter corporativo y el sufragio indirecto. A este modelo de Parlamento corporativo respondía la Asamblea Nacional
Consultiva (1927). Se introdujo el voto corporativo de resonancias fascistas. Existían tres grupos de representantes: uno provincial, otro de las corporaciones económicas y un tercer grupo del Estado. La Asamblea no llegó a ser un Parlamento, sino un
pseudoparlamento, con carácter consultivo, en el que rechazaron entrar numerosas personalidades de la vida política que fueron invitadas. 

El anteproyecto de Constitución. Nada más constituirse la Asamblea Nacional, recibió el encargo de elaborar un anteproyecto de Constitución, basada en los principios innegociables de unidad nacional, confesionalidad del Estado y unicameralismo. El
proyecto, presentado a la Asamblea en junio de 1929, contemplaba un Estado unitario, la cosoberanía del rey y las Cortes, el poder ejecutivo lo ejerce el rey y se creaba un Consejo del Reino para evitar el desgaste excesivo del monarca. Las Cortes veían sus
atribuciones drásticamente recortadas, podían iniciar actos legislativos de acuerdo con el Rey, pero que no afectaran a la política exterior, la reforma constitucional, la defensa
y los problemas fiscales o de hacienda. Todos los sectores liberales, desde la derecha
conservadora hasta la izquierda democrática, lo rechazaron y este rechazo generalizado dejaba al gobierno en un callejón sin salida.
El nacionalismo económico. Las ideas inspiradoras de la Dictadura en materia económica fueron de dos tipos: el intervencionismo del Estado y el nacionalismo económico. En ambos casos, el régimen no hacía sino profundizar tendencias que arrancaban de finales del siglo XIX.

Fomento de la producción interior. La época de dictadura destaca especialmente por su obsesión por fortalecer el mercado nacional y apoyar la producción interior. Esta política, que anuncia la opción autárquica del franquismo, estaba guiada por la necesidad de evitar que sectores clave de la economía española sufriesen dependencias externas. Las medidas tomadas incluían subvenciones estatales, estímulos fiscales y crediticios, principalmente a compañías ferroviarias, navieras y mineras.
La política de obras públicas completa el apoyo a la producción interior. El Estado construyó vías de comunicación y diseñó el viejo proyecto de Joaquín Costa del aprovechamiento del agua con fines agrícolas; se modernizó la red ferroviaria y la red
de carreteras, pero en todos los aspectos, las realizaciones quedaron lejos de los objetivos.
Creación de monopolios. Una de las herencias más notables que dejó la Dictadura fue la creación de monopolos para la explotación de ciertos productos, lo que dio lugar a la Compañía Telefónica, en manos de la ITT (1924), o la creación de CAMPSA, en 1927, para importar, refinar y distribuir el petróleo en España.

Política social corporativa. La ideología corporativista se puso de manifiesto, de forma muy especial, en la organización de las relaciones laborales según un modelo en el que las actividades de cada uno de los sectores productivos debían estar organizadas en una corporación que integrase a patronos y obreros, con el Estado como garante. El objetivo final era evitar la conflictividad obrera, mediante la implicación de los trabajadores en la solución de los conflictos laborales. 

La estructura organizativa de esta política, diseñada por E. Aunós, descansaba en la Organización Corporativa Nacional, creada en 1926, que agrupaba los comités paritarios de cada uno de los oficios. La pieza clave del éxito de esta política social fue
la colaboración de la UGT, que no sólo monopolizó la representación obrera en los comités, sino que participó en diversos órganos del régimen. Largo Caballero, por ejemplo, fue miembro del Consejo de Estado desde 1924.

De forma paralela, la Dictadura promovió una extensa legislación social, desde la promoción de viviendas obreras (“casas baratas”) hasta la protección laboral de la mujer. Parte de esa legislación fue recogida en el Código de Trabajo (1926).

3. El fin de la Dictadura.

A partir de 1928, la fortaleza del régimen comenzó a resquebrajarse. Sus aspiraciones de lograr su institucionalización se vieron frustradas por el escaso apoyo obtenido por la Asamblea Consultiva y la incapacidad para dar una salida constitucional al régimen. Por otra parte, las relaciones con el monarca se fueron enfriando
progresivamente y, además, surgieron poderosos movimientos de oposición, procedentes de sectores muy diversos.
La oposición a la Dictadura. La oposición a la Dictadura, salvo en casos aislados como el de Unamuno, tardó en manifestarse, pero a partir de 1928 se produjo una súbita reaparición de la conflictividad. Se trató de conflictos políticos, militares, económicos y universitarios no excepcionalmente graves, pero generaron una creciente
desconfianza sobre la capacidad del régimen para impulsar su institucionalización y garantizar su continuidad.
El conflicto militar. En el ejército, la política de Primo de Rivera provocó una fuerte división. La solución al problema marroquí no garantizó al dictador el apoyo total del ejército y cuando trató de modificar el sistema de ascensos y acabar con la escala
cerrada reencontró con una fuerte oposición, sobre todo en el arma de Artillería, que acabó disolviendo en 1929, contra la opinión del rey ante el desconcierto de muchos militares.

La protesta estudiantil. La decisión del ministro de Instrucción Pública de autorizar en el nuevo Estatuto Universitario la expedición de títulos a las universidades de los agustinos en El Escorial y de los jesuitas en Deusto provocó la rebelión de los estudiantes, dirigidos por la Federación Universitaria Española, que originó numerosos
conflictos de orden público. El cierre de las universidades de Madrid y Barcelona, provocó la renuncia a sus cátedras de significativas personalidades del mundo universitario (Ortega, Sánchez Román, Jiménez de Asúa).

Los problemas económicos. En 1929 el prestigio económico de la Dictadura se derrumbó. La peseta, cuya fortaleza se había presentado como símbolo del resurgir español, se depreció con brusquedad, ante el aumento del gasto público y el déficit en la
balanza exterior. El régimen y en especial su ministro de Hacienda, Calvo Sotelo, ya no generaban confianza en los círculos económicos y financieros del país.

La caída de Primo de Rivera. Así, ante la acumulación de problemas y conflictos en 1929, sin partido de masas en el que sustentarse, incapaz de institucionalizarse, como hemos visto, no era posible que la Dictadura pudiera continuar. El deterioro fue imparable. En enero de 1929 una intentona de pronunciamiento militar, cuya dirección política corrió a cargo de Sánchez Guerra, fue abortada, pero el proceso contra los sublevados acabó convirtiéndose más en un proceso contra el régimen. En febrero, estalló el conflicto de artillería mencionado. En marzo, el cierre de la Universidad de Madrid. En octubre, el derrumbamiento de la peseta. En ese contexto, el distanciamiento entre el rey y el dictador se hizo cada vez más evidente y  algunos ministros de la Dictadura eran ya partidarios de que se reunieran las antiguas Cortes. Así, aislado, en enero de 1930, Primo de Rivera consultó a los capitanes generales para ver si contaba con su apoyo. Negado éste, optó por dimitir el día 28. El
monarca encarga formar gobierno al gobierno al general Dámaso Berenguer.

4. La caída de la Monarquía.

La caída de la Dictadura irá seguida, de cerca, del fin de la Monarquía. El breve periodo que va desde enero de 1930 a abril de 1931 es una especie de prolongación del sexenio 1917-1923, si bien ahora la necesidad unánimemente sentida de cambio
constitucional se orienta en el sentido republicano. Políticos republicanos, socialistas y catalanistas de izquierda se ponen de acuerdo, desde agosto de 1930, en una estrategia y
objetivo comunes Pacto de San Sebastián).

Los intelectuales –Ortega, Marañón, Pérez de Ayala- se decantan resueltamente por la república. Los medios obreros se agitan e intentan una huelga general, en diciembre de 1930, sincronizada con una sublevación republicana en Jaca. Los militares
han perdido su cohesión monárquica y no son partidarios de restaurar un régimen desacreditado como la Dictadura. Así, se extiende la idea generalizada de que sólo habría democracia si el rey se marcha y el sistema de partidos republicanos crece con
rapidez.

En el otro lado, el rey había perdido el apoyo de los sectores acomodados y de las clases medias y, además, los partidos Conservador y Liberal estaban desorganizados.

Aún así, se intentó dar una salida constitucionalista. Ante la necesidad de convocar elecciones, se creyó prudente comenzar por las municipales. El 12 de abril de 1931, el resultado electoral dio un claro triunfo en las grandes ciudades a la coalición de socialistas y republicanos. La mayoría de los ministros y el rey con ellos –excepto Juan de la Cierva- se mostraron enemigos del recurso a la violencia. Los altos mandos del Ejército (Berenguer) y de la Guardia Civil (Sanjurjo) se inclinaron por una posición de prudencia y neutralidad. El rey aceptó al ultimátum del Comité Revolucionario,
presidido por Alcalá Zamora, y decidió suspender el ejercicio de sus funciones, abandonando España y dejando paso a la República. El 14 de abril de 1931, constituido el Comité Revolucionario en gobierno provisional, se proclamó la República, en medio
del entusiasmo general. 

TEXTOS

España sin pulso.
(…) España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.
Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos los que tengan algún
interés en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y preocupen con tal
suceso. Las turbulencias se encauzan; las rebeldías se reprimen; hasta las locuras se
reducen a la razón por la pena o por el acertado régimen, pero el corazón que cesa de
latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la
descomposición y la muerte al más lego (…).
La degeneración de nuestras facultades y potencias tutelares ha desbaratado
nuestra dominación en América y tiene en grave disputa la del Extremo Oriente; pero
aún es más grave que la misma corrupción y endeblez, el avance desde las extremidades
a los organismos más nobles y precisos del tronco, y ello vendrá sin remedio si no se
reconstituye y dignifica la acción del Estado. Engañados grandemente vivirán los que
crean que por no vocear los republicanos en las ciudades, ni alzarse los carlistas en la
montaña, ni cuajar los intentos de tales o cuales jefes en los cuarteles, ni cuidarse el país
de que la imprenta calle, o las elecciones se mixtifiquen, o los ayuntamientos exploten
sin ruido las concejalías y los gobernadores los juegos y los servicios, está asegurado el
orden y es inconmovible el Trono, y nada hay que temer ya de los males interiores que a
otras generaciones afligieron. Si pronto no se cambia radicalmente el rumbo, el riesgo
es infinitamente mayor (…).
El riesgo es el total quebranto de nuestros vínculos nacionales y la condenación,
por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo (…)
Francisco Silvela: “Sin pulso”, El Tiempo, Madrid, 16 de agosto de 1898.
LEY ELECTORAL DE 1907
DON ALFONSO XIII, por la gracia de Dios y la Constitución, Rey de España.
(…)
Artículo 1º Son electores para diputados a Cortes y concejales todos lo españoles
varones mayores de veinticinco años que se hallen en pleno goce de sus derechos civiles
y sean vecinos de un Municipio, en que cuenten dos años al menos de residencia.
Las clases de mar e individuos de tropa que sirvan en los ejércitos de mar o
tierra no podrán emitir su voto mientras se hallen en filas.
Lo mismo se establece respecto a los que se encuentren en condiciones
semejantes dentro de otros cuerpos o institutos armados (…)
Art. 2º Todo elector tiene el derecho y el deber de votar en cuantas elecciones
fueren convocadas en su distrito
(…)
Art. 4º Son elegibles para el cargo de diputados a Cortes y concejales todos los
españoles varones de estado seglar, mayores de veinticinco años, que gocen todos lo
derechos civiles
(…)
Art. 21 En los distritos en que deba elegirse un diputado o un concejal, cada
elector no podrá dar válidamente su voto más que a una persona. Cuando se elija más de
uno, hasta cuatro, tendrá derecho a votar uno menos del número de los que hayan de
elegirse, a dos menos si se eligieran más de cuatro, a tres menos si se eligieran más de
ocho, y cuatro menos si se eligieran más de diez (…).
Art. 29 En los distritos donde no resultaren proclamados candidatos en mayor
número de los llamados a ser elegidos, la proclamación de los candidatos equivale a su
elección y les releva de la necesidad de someterse a ella
(…)
Gaceta de Madrid, de 10 de agosto de 1907.
LEY DEL CANDADO.
Don Alfonso XIII, por la gracia de Dios y la Constitución, Rey de España.
A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: que las Cortes han
decretado y Nos sancionado lo siguiente:
Artículo único. No se establecerán nuevas asociaciones pertenecientes a Órdenes
o Congregaciones religiosas canónicamente reconocidas, sin la autorización del
Ministerio de Gracia y Justicia consignada en Real decreto, que se publicará en la
Gaceta de Madrid, mientras no se regule definitivamente la condición jurídica de las
mismas.
No se concederá dicha autorización cuando más de la tercera parte de los
individuos que hayan de formar la nueva Asociación sean extranjeros.
(…)
Dado en Palacio a veintisiete de diciembre de mil novecientos diez.
YO EL REY
El Presidente del Consejo de Ministros. José Canalejas.
Gaceta de Madrid, 28 de diciembre 1910.
La crisis de 1917.
A los obreros y la opinión pública: ha llegado el momento de poner en práctica,
sin vacilación alguna, los propósitos anunciados por los representantes de la Unión
General de Trabajadores y la Confederación Nacional del Trabajo en el Manifiesto
suscrito por estos organismos en el mes de marzo último.
Durante el tiempo transcurrido desde esta fecha al momento actual, la
afirmación hecha por el proletariado de demandar, como remedio de los males que
padece España, un cambio fundamental de régimen político ha sido corroborada por la
actitud que sucesivamente han ido adoptando importantes organismos nacionales, desde
la enérgica afirmación de la existencia de las Juntas de Defensa del Arma de Infantería,
frente a los intentos de disolución de estos organismos por los poderes públicos, hasta la
Asamblea de Parlamentarios celebrada en Barcelona el 19 de julio, y la adhesión a las
conclusiones de esta Asamblea de numerosos Ayuntamientos, que dan el público
testimonio de las ansias de renovación que existen en todo el país. Durante los días
febriles en los cuales se han producido estos acontecimientos, el proletariado español ha
dado pruebas de serenidad y reflexión, que tal vez hayan sido interpretadas por las
oligarquías que detentan el Poder como manifestación de falta de energía y de
incomprensión de la gravedad de las circunstancias actuales (…).
Si tal idea se han formado los servidores de la Monarquía española, se han
engañado totalmente. El pueblo, el proletariado español, ha asistido en silencio durante
estos últimos meses a un espectáculo vergonzoso, mezcla de incompetencia y de
repulsiva jactancia, de descarado desprecio de la vida y de los derechos del pueblo e
impúdica utilización de las más degradantes mentiras como supremo recurso del
Gobierno (…).
Y si esto han hecho los poderes públicos con las clases sociales en cuya
adhesión han buscado siempre las más firmes garantías de su existencia y dominio, ¿qué
no habrán hecho con el pueblo inerme e indefenso bajo un régimen constitucional
ficticio, bajo un régimen económico de miseria y despilfarro, y en un estado cultural
mantenido por los oligarcas en el más bajo nivel, y sobre el cual la masa ciudadana sólo
puede irse paulatinamente elevando merced a ímprobos y perseverantes esfuerzos?
Comité de huelga, 12 de agosto de 1917.
MANIFIESTO DE PRIMEO DE RIVERA
Al País y al Ejército.
Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado
(porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin
interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso
requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que liberarla
de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen
el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España
con un próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de concupiscencias ha cogido en
sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad real. Con frecuencia parecen pedir que
gobiernen los que ellos dicen no dejan gobernar, aludiendo a los que han sido su único,
aunque débil freno, y llevaron a las leyes y costumbres la poca ética sana, el tenue tinte
de moral y equidad que aún tienen; pero en la realidad se avienen fáciles y contentos al
turno y al reparto, y entre ellos mismos designan la sucesión.
Pues bien, ahora vamos a recabar todas las responsabilidades y a gobernar
nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y doctrina. Basta ya de
rebeldías mansas que, sin poner remedio a nada, dañan tanto y más a la disciplina, que
está recia y viril, a que nos lanzamos por España y por el Rey.
Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente
caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar, los buenos días que para la Patria
preparamos. Españoles: ¡Viva España y viva el Rey!
No tenemos que justificar nuestro acto, que el pueblo sano demanda e impone.
Asesinatos de prelados, exgobernadores (…), rastreras intrigas políticas, tomando por
pretexto la tragedia de Marruecos; incertidumbre ante este gravísimo problema
nacional, indisciplina social (…), impune propaganda comunista (…).
Miguel Primo de Rivera, Capitán General de la Cuarta Región.
La Vanguardia, Barcelona, 13 de septiembre de 1923.
ESPAÑA EN 1924.
No es casual que el movimiento haya estallado en Barcelona, ni poco
significativo que el dictador desempeñase últimamente la Capitanía General de
Cataluña. El equipo de estos militares está confeccionado en mucha parte con género
catalán (…). Cataluña alberga, junto a las manifestaciones más violentas del espíritu
revolucionario, las fuerzas de acción represiva y regresiva más potentes y mejor
organizadas de la Península (…).
España está hoy acogotada, más que gobernada por su ejército. Sin Cortes, sin
prensa, sin jurado, sin libertades de ninguna especie. Por todas partes, generales y
oficiales: en los gobiernos civiles en las direcciones generales, en las subsecretarías, en
los chef-lieus de cada distrito, ¡hasta en la dirección del matadero de Madrid! Se gastan
millones en Marruecos y se suprimen conserjes en los ministerios; se clausuran escuelas
y cátedras, se cierra el Ateneo (la histórica institución cultural de Madrid), se persigue el
uso de la lengua catalana, se difama a los políticos que formó el rey (…) Unamuno, el
gran escritor, acaba de ser destituido de su cátedra en la Universidad de Salamanca y
enviado entre policías a un islote de las Canarias…
M. Azaña, La dictadura en España, 1924.
EL ERROR BERENGUER.
La dictadura ha sido un poder omnímodo que no sólo ha operado sin ley ni
responsabilidad, (…) sino que no se ha circunscrito a la órbita de lo público, antes bien
ha penetrado en el orden privadísimo brutal y soezmente. (…)
No hay punto de la vida española en que la Dictadura no haya puesto su innoble
mano de sayón. (…).
He tenido que evocar con in mínimum de evidencia lo que la Dictadura fue. Hoy
parece un cuento. Yo necesitaba recordar que no es un cuento, sino que fue un hecho.
Y que a ese hecho responde el régimen Berenguer, cuya política significa:
volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales, hagamos
“como si” aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal.
Eso, eso es todo lo que el régimen puede ofrecer, en este momento tan difícil
para Europa entera, a los veinte millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después
de haberlos vejado, pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no
obstante, pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos
españoles y de esta España (…) Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error
Berenguer. (…) El régimen sigue solitario, acordonado como leproso en lazareto. (…)
Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el régimen mismo,
nosotros, gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que
decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!.
Delenda est Monarchia.
José Ortega y Gasset. El sol (15 de noviembre de 1930).
BIBLIOGRAFÍA.
Albert CARRERAS y Xavier TAFUNELL: Historia económica de España
contemporánea. Barcelona, Crítica, 2004.
Julián CASANOVA: Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España,
2010.
Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA: La España de Primo de Rivera. La
modernización autoritaria 1923-1930. Madrid, Alianza Editorial, 2005.
José María JOVER Y Guadalupe GÓMEZ-FERRER: ”La crisis de la Monarquía
Parlamentaria”, en José María JOVER, Guadalupe GÓMEZ-FERRER y Juan Pablo
FUSI: España: sociedad, política y civilización (siglos XIX y XX), Madrid, Debate,
2001 pp. 507-574.
Alejandro QUIROGA FERNÁNDEZ SOTO: Haciendo españoles. La
nacionalización de las masas en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008.

H.Contemporanea T-3. LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA. EL SISTEMA CANOVISTA Y LA CRISIS FINISECULAR (1875-1902) (GUADAHUMI4)


TEMA 3.

LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA. EL SISTEMA CANOVISTA Y LA CRISIS FINISECULAR (1875-1902) 

I EL SISTEMA CANOVISTA

I.1 Orígenes de la Restauración.

El golpe de Pavía, en enero de 1874, disolvió las Cortes republicanas y dio paso a un gobierno, presidido por Serrano y dominado por los viejos políticos, progresistas, moderados y radicales, entre los que estaban figuras como Martos y Sagasta.
Aunque formalmente el régimen republicano siguió en vigor un año todavía, hasta el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, la acción de Pavía liquidó, sin apenas oposición, una república que había nacido once meses antes entre el entusiasmo y el alivio por la marcha del rey Amadeo. 

El año de 1874 es un periodo de transición en la historia contemporánea de España. El régimen político vigente se movía entre dos alternativas: una consistía en consolidar un régimen de carácter republicano unitario, bajo la dirección de Serrano,
que permitiera recuperar, desde posiciones moderadas, los principios de la revolución de 1868. La otra posibilidad era preparar la restauración de la Monarquía en la dinastía borbónica, proyecto auspiciado por los alfonsinos de Cánovas del Castillo desde varios
años antes y que fue la alternativa triunfante.

La preparación de la restauración monárquica en la persona del príncipe Alfonso de Borbón se aceleró a finales de 1874. Las élites económicas, sobre todo las vinculadas al mercado colonial cubano, apoyaron sin reservas el retorno de la dinastía borbónica.

También lo hicieron los sectores más poderosos de la sociedad peninsular: latifundistas, industriales, banqueros, navieros, etc. Y una buena parte de los generales (Gutiérrez de la Concha, Martínez Campos, Jovellar, Primo de Rivera).

La cobertura ideológica y doctrinal la logró Cánovas con la difusión del Manifiesto de Sandhurst, que apelaba a la necesidad de restaurar una monarquía hereditaria y constitucional, acorde con la tradición histórica española. El ejército hizo lo restante, poniendo final al régimen de Serrano, mediante un pronunciamiento,
dirigido desde Sagunto por el general Martínez Campos. 

Comenzaba así el largo proceso de la Restauración.

I.2 La Constitución de 1876.

El mecanismo político-institucional canovista tuvo su formulación legal en una nueva Constitución, aprobada en 1876. Unos meses antes, Cánovas convocó una reunión de más de quinientos políticos destacados de diversas tendencias conservadoras y liberales para que colaboraran en la elaboración de unas bases comunes mínimas para la nueva Constitución. El anteproyecto del texto fue preparado por una comisión presidida por Alonso Martínez, aunque el verdadero inspirador de esta Constitución fue Cánovas, cuyas características más importantes fueron:
- Afirmación del principio de soberanía compartida por el rey y las Cortes. Esto significa marginar el concepto de soberanía nacional y volver al moderantismo. Como señalan Solé Tura y E. Aja, los conceptos de constitución interna y soberanía compartida por el rey y las Cortes suprimían la base de las conquistas democráticas de
1869. Pero para evitar que la nueva monarquía tuviera menor legitimidad que los regímenes anteriores, Cánovas aceptó que las primera elecciones se realizaran por sufragio universal masculino, a sabiendas que los controles aseguraban el triunfo gubernamental.
- Establecimiento de unas Cortes bicamerales, compuestas por el Congreso de los Diputados y el Senado. El Congreso está formado por los representantes nombrados a razón de uno cada cincuenta mil habitantes, durante cinco años y en virtud de sufragio
censitario, el cual no está establecido en la Constitución, sino en la futura ley electoral. El Senado, cuya composición fue muy discutida, está integrado por varios tipos de senadores: por derecho propio (herederos del rey, grandes de España, altos cargos del
ejército, la Iglesia y la Administración, etc.); senadores nombrados por el rey, que son vitalicios, como los anteriores, sin que entre ambas categorías puedan ser más de 180, es decir el cincuenta por ciento del total; finalmente, senadores elegidos por las
corporaciones y los mayores contribuyentes. Estos últimos requieren, además, unas condiciones económicas importantes o el ejercicio de ciertos cargos políticos con anterioridad.
Así, el Senado quedó bajo el control de los grupos sociales y económicos minoritarios y poderosos (aristócratas, latifundistas, generales, obispos y ricos hombres de negocios).
- Ampliación de las atribuciones de la Corona, que mantiene el poder ejecutivo en toda la extensión de la tradición moderada y aún la acrecienta en relación a la dirección del ejército, participa en la función legislativa a través de la sanción y la promulgación de las leyes y ejerce todos los demás poderes tradicionales: designa al
jefe de gobierno, veta la aprobación de leyes, nombra senadores, disuelve las Cortes y otorga indultos.

- Reconocimiento de derechos y libertades individuales fundamentales; con matices: hasta 1881 perdura la distinción entre partidos legales e ilegales (todos aquellos que no aceptan expresamente la monarquía quedan excluidos de la vida
política). La ley de imprenta de 1879; la de reuniones de 1880; la reforma del Código penal, las leyes sobre administración provincial y municipal sirven al mismo objetivo de restringir las libertades y facilitar el control del gobierno sobre las actividades públicas.
Hasta 1887 no se regula el derecho de asociación previsto por la Constitución, de modo que durante todos esos años los trabajadores vieron prohibido el teórico derecho a asociarse.

- Reconocimiento de la religión católica como oficial del Estado, aunque reconoce la libertad religiosa a los ciudadanos.

-Desaparición del sufragio universal masculino, conseguido en 1869. 
La constitución no lo prohíbe, pero tampoco lo establece, de modo que hasta 1890 las elecciones se realizaron por sufragio censitario.

I.3 El turno de partidos.

La práctica del turnismo fue uno de los rasgos esenciales del régimen de la Restauración. El Partido Conservador y el Partido Liberal deberían alternarse en el poder con los siguientes objetivos:
Evitar que uno de los partidos monopolizara el poder, al tiempo que el partido excluido se viera en la tentación de recurrir a los pronunciamientos militares, de tanta tradición en la España Isabelina. El segundo objetivo, derivado del primero, era
asegurar la estabilidad del sistema político y evitar que los partidos ajenos al régimen – republicanos y carlistas- pudieran hacerse con el poder. En tercer lugar, se perseguía mantener el orden socioeconómico en manos de las clases conservadoras dominantes.
Los partidos Conservador y Liberal poseían una mínima estructura organizativa.

Eran partidos de notables. Casi todas las actividades políticas se realizaban a torno a los círculos.

La procedencia de los hombres que se dedicaban a la política profesional era diversa, pero abundaban los abogados (Cánovas, Alonso Martínez, Gamazo, Maura), profesores de prestigio (Moret, Posada Herrera, Azcárate, Salmerón), terratenientes
(Pidal y Mon, Romanones), banqueros (Fernández Villaverde) y con intereses cubanos (Romero Robledo, yerno de Julián Zulueta, entre otros).

El Partido Liberal Fusionista fue creado en 1880, agrupando diversas tendencias dispersas del liberalismo democrático, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, que aceptaba el retorno de los Borbones. Fue un partido heterogéneo, una jaula de grillos,
formado por diversos sectores encabezados por figuras relevantes, entre quienes destacan Gamazo, Alonso Martínez, Martínez Campos, Posada Herrera, Segismundo Moret y Montero Ríos, entre otros, aunque ninguno de ellos estuvo en condiciones de
disputar la jefatura del partido a Sagasta.

El Partido Conservador, por su parte, estaba dirigido por Antonio Cánovas del Castillo y aunque contaba con mayor cohesión, también fueron surgiendo tendencias, sobre todo tras la muerte de su fundador; Francisco Silvela, Romero Robledo y
Alejandro Pidal encabezaron las más acusadas.

Se trataba, como se ha indicado, de partidos de notables, conglomerados compuestos de varias tendencias formadas alrededor de los líderes importantes. El transfuguismo fue muy habitual: Posada Herrera, Romero Robledo y Martínez Campos,
por ejemplo, bailaron de un partido a otro.

I.4 La práctica política: corrupción electoral y caciquismo.

El supuesto Pacto de El Pardo, a la muerte de Alfonso XII (1885)
institucionalizó el sistema de rotación en el poder, que seguía los siguientes pasos:

cuando el partido en el poder se veía sometido a tensiones internas de sus distintas tendencias, el rey llamaba a gobernar al otro partido; de modo simultáneo, otorgaba al presidente del nuevo Consejo de Ministros el decreto de disolución de las Cortes, se preparaban nuevas elecciones que, manipuladas convenientemente, daban la victoria al gobierno y una representación suficiente a la oposición. Este falseamiento electoral, mediante diversos mecanismos –encasillado y pucherazo- era clave en el funcionamiento del sistema.
Incluso con la implantación del sufragio universal masculino (1890) la manipulación electoral, la fabricación de las Cortes y el turno pacífico se vieron inalterados. La manipulación política era posible por la existencia del caciquismo. El caciquismo tenía una dimensión política y social, ya que permitía la alternancia el poder
de los partidos dinásticos y tuvo un papel predominante en la sociedad agraria. El cacique era un jefe local de un partido –su influencia alguna vez podía ser provincial, como Romanotes en Guadalajara- cuyo poder se basaba en el control y utilización de la
administración y que actuaba como mediador entre el Estado y su comunidad. A cambio de favores otorgados a sus clientes, obtenía los votos necesarios para los canditados avalados por él.

I.5. La oposición al sistema de la Restauración: republicanismo, carlismo y nacionalismo.

El sistema de la Restauración marginó a amplios sectores del mundo político y social. Lo que en principio se presentaba como propuesta integradora acabó siendo, en la práctica, un sistema de exclusión de las clases populares urbanas, sectores de la clase
trabajadora rural y el naciente proletariado industrial; las clases medias y los círculos intelectuales.

La oposición política al régimen de la Restauración se llevó a cabo por fuerzas políticas ya existentes: desde la derecha, el carlismo; desde la izquierda, el republicanismo. Pero también surgieron nuevos movimientos, como el movimiento obrero y los partidos nacionalistas. Aunque estas fuerzas de oposición no fueron
decisivas en la dinámica política, son importantes porque respondían al gran problema de finales de siglo: el acceso de las masas a la política.


5.1 El republicanismo en la España de la Restauración.

Fue marginado del sistema político, pero era una fuerza importante. Como opción política, arrastró tres grandes problemas en los primeros momentos del régimen.

En primer lugar, una acusada fragmentación, producto de las divergencias surgidas durante el Sexenio democrático: partidarios y opuestos a la revolución, federales y centralistas. De hecho, no hubo un único partido republicano, sino varios (Partido Federal, de Pi i Margall; Partido Republicano Histórico, de Castelar; Partido
Republicano Progresista, de Ruiz Zorrilla; Partido Centralista, de Salmerón). Los intentos de unión sólo fructificaron con la creación de la Unión Republicana, en 1903.

En segundo lugar, una compleja composición social. El republicanismo era interclasista, incluía tanto a sectores medios como a trabajadores; aunque su fuerza residía en las
ciudades, no siempre era así; recuérdese, por ejemplo, la sublevación de Loja en 1861.

Un tercer problema para los republicanos fue la represión ejercida por los primeros gobiernos de Cánovas.

Como consecuencia, los republicanos no dispusieron de una organización sólida, de líderes destacados ni de una doctrina renovada, lo que impidió a esta fuerza política convertirse en una verdadera alternativa al sistema de la Restauración.

A pesar de su fragmentación y diferencias, los republicanos compartían tres puntos básicos: la defensa de la República como forma de Estado, consecuencia del principio de soberanía popular; apoyo a medidas reformistas para resolver la cuestión social, como la intervención del Estado, fomento del cooperativismo, concesión de créditos baratos, y, finalmente, la fe en el progreso y el anticlericalismo.

El crecimiento republicano se produjo con el ascenso y fortalecimiento de nuevos sectores sociales y económicos y de organizaciones capaces de responder al acceso de las masas a la política. Los dos movimientos más característicos de este
nuevo republicanismo, bien implantado en los medios urbanos, serían ya a principios del siglo XX, el lerrouxismo, en Cataluña, y el blasquismo, en Valencia.

El movimiento republicano se encontró, así, a principios del siglo XX
caracterizado por el hundimiento del Partido Federal de Pi i Margall y la desaparición del posibilismo de Castelar. El republicanismo participó así de la crisis que afectaba a todo el sistema de partidos, inmerso en su conjunto en un difícil reto de modernización
de sus estructuras internas. Aparecía muy fragmentado ideológicamente y falto de una articulación clara española, su organización giraba alrededor de toda una estela de
notables y filiaciones personales. De todas formas, no debiera menospreciarse el apoyo social que tenía en los núcleos importantes, como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valencia o Palma de Mallorca.

5.2 El carlismo, por su parte, no se recuperó de su derrota de 1876.

La alianza entre la Iglesia y el Estado de la Restauración lo dejaba, además, sin buena parte de sus argumentos. La Santa Sede no quería partidos católicos en España, sino, en todo caso, la
integración de los católicos en el régimen restaurado, como se puso de manifiesto con la entrada en el Partido Conservador del grupo Unión Católica que encabezaba Alejandro Pidal. Todo ello restó al carlismo importantes poyos sociales. La escisión del sector
integrista liderado por Ramón Nocedal precipitó la crisis y repercutió negativamente en algunos enclaves tradicionales del movimiento, como Guipúzcoa. La aparición de los años noventa del nacionalismo vasco y catalán, con simpatías entre los católicos de ambas regiones, agudizó los problemas.


5.3 Los nacionalismos. 

Más importante fue para el régimen, a la larga, la
cuestión de los nacionalismos, cuya eclosión se produjo a finales del siglo XIX, con el catalanismo como líder y modelo de arrastre de los demás movimientos.

Catalanismo. Desde 1876 proliferaban en Cataluña revistas y escritos de distinto tipo de acusada significación regionalista –además de que culminaba por entonces la Renaixença- en los que se alentaba la idea de nacionalidad catalana. Valentí Almirall,
promovió en 1877 el primer diario en lengua catalana; en 1882, creó el Centre Catalá, que lideró el movimiento de protesta contra los tratados de comercio de 1885; en 1886, escribió Lo catalanisme, un libro claramente catalanista.

En 1889, una asociación de estudiantes catalanes, el Centre Escolar Catalanista y la Lliga de Catalunya, escindida del movimiento de Almirall, promovieron una campaña de mítines en defensa del derecho civil catalán. En 1890, Enric Prat de la Riba, presidente del Centre Escolar, se refería en los cursos que organizaba la entidad a la “patria catalana” como única patria de los catalanes, y de la lengua y el derecho como expresión de la nacionalidad catalana.
Por iniciativa del Centre Escolar y de la Lliga, en 1891 se creó la Unió Catalanista, que, en la asamblea de 1892, celebrada en Manresa, aprobó las “Bases per la Constitució Regional Catalana” en las que se reclamaba la restauración de las instituciones históricas del Principado y el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas. Muchas personalidades que figuraban al frente de instituciones culturales catalanas eran, en los años noventa, catalanistas. Barcelona había generado
una verdadera cultura privativa y propia, como revelaban el modernismo y el noucentisme; el nacionalismo vino a ser como el desenlace de un largo proceso de cristalización de la conciencia de diferenciación catalana. En 1901, por fusión de diversas organizaciones catalanistas, nació la Lliga Regionalista de Catalunya, el partido político de catalanismo conservador, que tuvo en Prat de la Riba a su organizador e ideólogo, y en Francesc Cambó a su gran líder político y parlamentario.

En nacionalismo vasco. En el País Vasco, la abolición de los Fueros en 1876 

había provocado una intensa reacción cultural en defensa de las instituciones suprimidas y, por extensión, de la lengua y la cultura vascas. No tuvo traducción política significativa, pero reforzó la identificación de la personalidad vasca, extendida a parte
de Navarra, con el eusquera y los Fueros. Pero en los años noventa, Sabino Arana redefinió el fuerismo como nacionalismo, identificó fueros con códigos de soberanía nacional vasca y reintegración foral con devolución de la soberanía “perdida” en 1839 y 1876; y afirmó que los vascos, en razón de su raza y su religión, constituían
una nación. Euskadi, neologismo acuñado por Arana, era, así, la patria de los vascos. El nacionalismo vasco (Arana creó el PNV en 1894) hacía del eusquera la lengua nacional, y ambicionaba reuskaldunizar a una sociedad ampliamente castellanizada. Idealizaba el mundo rural tradicional vasco en un momento en que Vizcaya y Guipúzcoa se estaban industrializando de manera acelerada.


II. EL DESASTRE COLONIAL Y LA CRISIS DEL 98.


El proceso de liquidación del imperio ultramarino español presenta tres fases sucesivas. En primer lugar, asistimos a un movimiento emancipador que estalla casi simultáneamente en Cuba y Filipinas. En segundo lugar, hay que referirse a la intervención estadounidense, seguida de la guerra efectiva librada entre Estados Unidos y España en el área de ultramar.

II.1 El conflicto cubano.

Respecto a Cuba, la mayoría de los políticos españoles
eran contrarios a conceder ningún tipo de autonomía, ya que para ellos autonomía e independencia eran equivalentes. Un ejemplo ilustrativo fue el fracaso del Plan de Reformas Coloniales de Maura, en 1893, que chocó con la oposición de su propio partido en las Cortes. Tan tajante actitud provocó que disminuyeran cada vez más los partidarios cubanos de la autonomía, y aumentaran las de los independentistas.

La guerra tiene por inspirador a José Martí y la insurrección tiene su base geográfica en la parte oriental de la isla; su base social en el campesinado; su impulso ideológico en el Partido Revolucionario Cubano, creado en 1892 por Martí; su cabecilla militar en Antonio Maceo; su táctica en la guerrilla.

España envió de nuevo al general Martínez Campos, artífice la Paz de Zanjón, quien había advertido a Cánovas que la nueva guerra no era como la anterior; que su violencia y su respaldo popular eran indomables a partir de una guerra convencional civilizada, y que él mismo por sus principios y sentimientos era incapaz de aplicar otras
medidas y sacar la guerra de tales moldes. Será entonces cuando Cánovas, decidido a llevar la guerra hasta el final, “hasta el último hombre y la última peseta”, sustituya a Martínez Campos por el duro Valeriano Weyler. A partir de ese momento, los Estados
Unidos, que habían estimulado a España para que devolviera la tranquilidad a la isla mediante la concesión de autonomía política y económica, cambiaron su actitud mediadora. Ante ese viraje, España busca una garantía en la Triple Alianza y en Gran
Bretaña. La primera fracasará; y Gran Bretaña estaba sólo dispuesta a prestar su buenos oficios si se juzgaba que la autonomía puede contribuir a la pacificación de la isla.

II.2 La insurrección filipina. 

En Filipinas, la década de los noventa presencia importantes alteraciones que preludian, también allí, la existencia de una crisis de emancipación. Los hechos destinados a incidir directamente sobre la crisis del 98 tienen por teatro la isla de Luzón y por protagonista inicial a José Rizal –figura que evoca la de
José Martí- fundador en 1892 de la Liga Filipina, secundada por el Katipunan, sociedad encaminada a la conspiración contra el dominio español.

La conspiración del Katipunan conducirá al levantamiento de agosto de 1896 en la provincia de Manila; la provincia de Cavite se une a la insurrección, que hace necesario el envío de tropas desde la Península. Las hostilidades van tomando, como en
Cuba, carácter de guerra sin cuartel; la dura represión militar alcanzará al mismo Rizal, fusilado el 30 de diciembre, poco después de hacerse cargo Polavieja de la capitanía general. Entre tanto, prosigue la insurrección capitaneada por Emilio Aguinaldo.
En abril de 1897 Fernando Primo de Rivera, que sustituye a Polavieja, secundará eficazmente las orientaciones del nuevo gobierno liberal de Madrid, negociando con Aguinaldo. La insurrección queda prácticamente dominada, pero cuatro meses después, los Estados Unidos negocian con Aguinaldo “la independencia de las islas Filipinas, constituidas en República centralizada”, bajo el protectorado de los Estados Unidos, que
se establecería en los mismos términos y condiciones que los de Cuba” (23 de abril de  1898). La guerra hispano-norteamericana comportará la reanudación del levantamiento.

Aunque distantes geográficamente y diferentes por el resto de su condiciones, las guerras coloniales de Cuba y Filipinas ofrecen rasgos comunes y conexiones que resulta indispensable destacar. En ambos casos estamos ante la afirmación de sendas
personalidades nacionales, levantadas frente a una metrópoli que, en presencia de tal emergencia, podía haber optado por administraciones autónomas; pero nunca por una represión que, en última instancia, no podía ser hecha efectiva con los medios militares disponibles por España en 1890 sobre las todavía extensas áreas de su dominio colonial.

Ambas zonas de conflicto armado estaban a la sazón situadas en zonas de excepcional interés estratégico en la coyuntura imperialista de finales del XIX. En 1898, los intereses y las expectativas estadounidenses en el área del Caribe son, por lo menos,
tan apremiantes como los intereses y expectativas de alemanes y británicos en el área de China meridional. Por la propia dialéctica de los hechos, ambos conflictos coloniales van a desembocar en la crisis de redistribución colonial protagonizada por las grandes
potencias imperialistas en 1898.

II.3 El conflicto hispano-norteamericano. 

La verdadera pretensión de los Estados Unidos era anexionarse Cuba, y la guerra fue la alternativa que eligieron después de los frustrados intentos de compra a España, cuatro en total: el primero en 1843, por 50 millones de $ y el último en marzo de 1898, por 300 millones más uno para los políticos españoles negociadores.

Intereses económicos y estratégicos les inducían a ello. Por un lado, la isla era un apetecible mercado para los excedentes comerciales y de capital de los grandes hombres de negocios estadounidenses. Por otro lado, la anexión se concebía indispensable para la integridad de la Unión. Lógicamente, de cara a la opinión pública
internacional, EEUU ocultaron su imperialismo bajo razones humanitarias: se presentó como la nación que tenía “el deber de poner fin a las horribles condiciones que existían en Cuba desde había tres años”, es decir, desde que en febrero de 1895 estallara la
segunda guerra de la independencia contra el gobierno español. Deber como potencia mundial, en cuanto modelo de libertad y democracia, por la proximidad geográfica de la isla, y, sobre todo, por la destrucción de un acorazado norteamericano: el Maine,
hundido en febrero de 1898.

Prueba evidente de que la pacificación de la isla era una excusa, fue que, a pesar del alto el fuego decretado por el gobierno español con fecha de 10 de abril, en claro intento de evitar el conflicto con los Estados Unidos, el presidente Mac Kinley, en mensaje del 11 de abril de 1898 pidió al Congreso permiso para intervenir militarmente
en Cuba, permiso que le fue concedido el día 19 de abril, fecha del ultimátum presentado a España.

La posición española. La opinión generalizada de los historiadores (Pavón, Jover, Bahamonde) es que los políticos del régimen, tanto liberales como conservadores (aunque la decisión le tocó tomarla de Sagasta), fueron a la guerra convencidos de que la retirada supondría la caída de la Monarquía.

La opinión más generalizada también es la de que esa percepción no era correcta, pues ni republicanos ni carlistas, es decir, los enemigos del régimen, tenían tanta fuerza; pero la presión de la prensa y de los militares contribuyó a esa percepción.


II.4 Desarrollo de la guerra.

La guerra hispano norteamericana se desarrolla fulminantemente, dada la notoria desigualdad de fuerzas. Los juicios que ha merecido han sido tajantes y duros. Ramos Oliveira escribió, “guerra más absurda, por parte de España, que la hispano-yanqui, se
busca y no se halla en la historia universal”. Por su parte, Raymond Carr, refiriéndose a las dos batallas decisivas de la contienda, las pondera fríamente como “los dos desastres navales más completos de los tiempos modernos”.

En efecto, el 1 de mayo, de 1898, la escuadra española de las Filipinas, mandada por el almirante Montojo, será aniquilada por la escuadra del Comodoro Dewey en la Bahía de Manila; siguen la rendición de Cavite, la generalización de la insurrección
filipina, la reducción del dominio español en el archipiélago –prácticamente- a la ciudad de Manila.
En cuanto a la escuadra española del Atlántico, salida con rumbo a Puerto Rico, habrá de entrar en Santiago de Cuba para hacer provisión de carbón; allí será embotellada como consecuencia del bloqueo establecido por una fuerza naval norteamericana considerablemente superior, el 19 de mayo y siguientes. A mediados de junio, fuerzas estadounidenses desembarcan en las inmediaciones de Santiago, adueñándose, tras combates extraordinariamente duros con las tropas españolas, de dos
posiciones clave para defensa de Santiago de Cuba: Caney y Loma de San Juan. Ante el peligro que se cierne sobre Santiago, se plantea a la escuadra española un nuevo dilema:
salir a entablar un combate imposible con fuerzas aplastantemente superiores o  exponerse a caer íntegra, con la plaza, en manos americanas. Se opta por lo primero y el 3 de julio la escuadra española, mandada por Cervera, es literalmente aniquilada en el
llamado combate naval de Santiago. En las semanas siguientes se precipitan los acontecimientos: la capitulación de Santiago; el desembarco de los estadounidenses en Puerto Rico, seguido de la rápida ocupación de la isla; la capitulación de Manila tendrá
lugar el 14 de agosto.


II.5 Consecuencias de la guerra.

5.1 El Tratado de París y la liquidación de las últimas colonias. 

En diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, que supuso para España la pérdida de Cuba, que fue ocupada por los Estados Unidos. Además, cedía a esa potencia Puerto Rico, Guam y
las Islas Filipinas, éstas últimas a cambio de 20 millones de dólares.
El Tratado de París representó, además, el primer capítulo del colonialismo estadounidense y el último de colonialismo español de América y el Pacífico. Sólo quedaban las Marianas, las Carolinas y Palaos, que fueron vendidas poco después a Alemania.
5.2 Consecuencias inmediatas: humanas y económicas. La ética de la guerra.

Los recursos arbitrados por el Estado español para hacer frente a la guerra de Cuba, desde el cuatro de mayo hasta el 30 de junio de 1898, alcanzaban cifras próximas a 2.000 millones de pesetas; no hay que llamar la atención de lo que tales cifras representarían referidas a los presupuestos españoles de la época.

En cuanto a los efectivos militares, se enviaron, en distintas expediciones a lo largo de la campaña, 180.431 soldados, 6.222 oficiales, 6.015 jefes y 20 generales.

Sumándoles los 12.000 que guarnecían la isla al estallar la guerra, la cifra del ejército de Cuba se elevó a 200.000 soldados (Fernández Almagro).

De ellos murieron por las causas que se citan, los siguientes:
En combate
Por heridas 
Fiebre amarilla 
Otras enfermedades Generales
Jefes y oficiales 6.081.313.127
Soldados 11.347.041.300.040.000
A estas cifras de bajas sería preciso añadir las de los heridos que sobrevivieron - 463 oficiales y 8.164 soldados- y, por supuesto, todas las acarreadas por la guerra y las enfermedades en Filipinas y en Puerto Rico.
A partir de agosto del 98 comienza la evacuación: la llegada a los puertos españoles de los repatriados que sobrevivieron al combate, a las heridas, a las enfermedades, a la travesía del retorno. Los repatriados vienen a ser símbolo vivo, tremendamente plástico en el marco de cada barrio y de cada aldea, del desastre en sus
escuetas dimensiones humanas. Símbolo vivo, también, de una ética social puesta brutalmente en evidencia. “En España –observará Costa- todos están unánimes en reconocer que, si el servicio personal obligatorio hubiese regido, la guerra, caso de que
hubiera llegado a estallar, se habría ahogado en el primer parte de muertos y heridos transmitido por el cable a nuestra Península.” La observación será exagerada, pero responde a la realidad de una apreciación colectiva, alimentada por el contraste entre el
repatriado que no logra a veces cobrar sus atrasos y el que acertó a redimirse legalmente mediante el pago de una determinada cantidad en metálico. En conjunto, cabe afirmar que el planteamiento, desarrollo y desenlace de la guerra ha movilizado unos reflejos
éticos –principalmente en las clases populares y medias- de los que es fácil encontrar trazas tanto en El Socialista de estos meses como en la literatura regeneracionista.


5.3 Consecuencias inmediatas.

El debilitamiento del régimen de la Restauración. Revisionismo político y regeneracionismo. Aunque la guerra en Cuba y
Filipinas fue seguida con interés por la sociedad española, la derrota de 1898 no provocó súbitos cambios en el panorama político español. El gobierno de Sagasta se mantuvo en el poder, pero pronto se suspendieron las cortes y fueron llamados los
conservadores, que convocaron elecciones en 1899 a las que se presenta Silvela con aires regeneradores. La elecciones se fabrican de nuevo, con 236 escaños para el Partido Conservador y 93 para los liberales, con algunos restos republicanos.

Tanto desde dentro como desde fuera del sistema, comienzan a configurarse algunas acciones políticas claramente regeneracionistas.


5.4 La Unión Nacional, dirigida por Joaquín costa, Basilio Paraíso y Santiago Alba.

Fue el proyecto más ambicioso, apoyado en las Cámaras de Comercio y en la Liga Nacional de Productores. Pero el fracaso político en las elecciones provocó su disolución y la retirada de Costa, recluido desde entonces en la crítica intelectual
(Oligarquía y caciquismo, 1901).

5.5 El regeneracionismo Silvela-Polavieja. 

En 1899 Francisco Silvela, líder del Partido conservador tras la muerte de Cánovas, incorpora en su gobierno a Polavieja y a
un sector del catalanismo conservador (Durán y Bas). Se llevan a cabo algunas iniciativas importantes, como la reforma del Sistema Tributario de Fernández Villaverde (1900), que provoca la huelga fiscal en algunas provincias (Tancament de Caixes) y la renuncia de Polavieja. Por otra parte, las medidas regionalistas promovidas
por Durán y Bas encuentran oposición en el propio gobierno.
En 1900, cae Silvela y, tras un gobierno puente de Azcárraga, Sagasta se dispone a presidir su último gobierno, en 1901.

TEXTOS.
1. Manifiesto de Sandhurst.
Por virtud de la espontánea y solemne abdicación de mi augusta madre, tan
generosa como infortunada, soy único representante yo del derecho monárquico en
España. (…) Huérfana la Nación ahora de todo derecho público e indefinidamente
privada de sus libertades, natural es que vuelva los ojos a su acostumbrado derecho
constitucional y a aquellas libres instituciones que ni en 1812 le impidieron defender su
independencia ni acabar en 1840 otra empeñada guerra civil. (…) Por todo esto, sin
duda, lo único que inspira ya confianza en España es una monarquía hereditaria y
representativa, mirándola como irreemplazable garantía de sus derechos e intereses
desde las clases obreras hasta las más elevadas.
En el entretanto, no sólo está hoy por tierra todo lo que en 1868 existía, sino
cuanto se ha pretendido desde entonces crear. Si de hecho se halla abolida la
Constitución de 1845, hállase también de hecho abolida la que en 1869 se formó sobre
la base inexistente ya de la monarquía. (…) Afortunadamente, la monarquía hereditaria
y constitucional posee en sus principios la necesaria flexibilidad y cuantas condiciones
de acierto hacen falta para que todos los problemas que traiga su restablecimiento
consigo sean resueltos de conformidad con los votos y la conveniencia de la Nación.
No hay que esperar que decida yo nada de plano y arbitrariamente; sin cortes no
resolvieron los negocios arduos los príncipes españoles allá en los antiguos tiempos de
la monarquía, y esta justísima regla de conducta no he de olvidarla yo en mi condición
presente, y cuando todos los españoles están ya habituados a los procedimientos
parlamentarios. Llegado el caso, fácil será que se entiendan y concierten sobre todas las
cuestiones por resolver un príncipe leal y un pueblo libre.
Nada deseo tanto como que nuestra patria lo sea de verdad. A ello ha de
contribuir poderosamente la dura lección de estos tiempos, que si para nadie puede ser
perdida todavía lo será menos para las honradas y laboriosas clases populares, víctimas
de sofismas pérfidos o de absurdas ilusiones.
Cuanto se está viendo enseña que las naciones más grandes y prósperas, y donde
el orden, la libertad y la justicia se admiran mejor, son aquellas que respetan más su
propia historia. (…) Sea lo que quiera mi propia suerte, ni dejaré de ser buen español,
ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo,
verdaderamente liberal.
Alfonso de Borbón, York-Town (Sandhurst), 1º de diciembre de 1874